Ahora, porque ya antes lo había enseñado. Gobernar con la policía especializada en golpear a la gente a la que alguna vez se le anduvo solicitando el voto para encaramarse en el puesto público, se está convirtiendo en una práctica cada vez más común. Si un socialista como Francois Hollande no tiene ningún escrúpulo en aventar la represión contra los franceses que protestan contra una ley laboral que los expone más a la explotación, si Barak Obama no se mortifica porque los policías norteamericanos golpean y matan a ciudadanos negros sólo porque son negros, entonces qué reparo podría tener un gobernante más pequeño en lanzar a varios miles de granaderos a cancelar los derechos constitucionales de decenas de miles de mexicanos que le reclaman pacíficamente que gaste el dinero público también en su beneficio y no solamente en las élites privilegiadas que lo mandan.
"Nosotros no tenemos ninguna línea sectaria, no excluimos, no calificamos", dijo Miguel ángel Mancera en Morelia al asistir el pasado sábado 17 de septiembre a la ceremonia del primer informe de gobierno del gobernador Silvano Aureoles, evento en el que se sentó orgullosamente entre los otros represores del pueblo organizado, o sea, entre Eruviel ávila y Graco Ramírez. Pero, ojo, el señor Mancera no se refería en sus declaraciones al hecho de atender sus obligaciones mínimas de gobernante, nada de eso, no cayó en el cinismo descarado, el gobernante hablaba de recibir votos para ocupar otros puestos, más aún, para ser Presidente de la República, idea fija que por lo pronto ocupa todos sus pensamientos y preocupaciones; voten por mi, quiso decir, no soy sectario para recibir votos, el voto no huele, no compromete, "mi convocatoria es abierta".
El Estado es un aparato represor en manos de una clase social para mantener su dominación. Para que el invento funcione, para que esa clase privilegiada que está en la cúspide de la pirámide social, conserve intocado su control, es indispensable que el "gran secreto" de la función represora del Estado no se difunda mucho que, por el contrario, la enorme maquinaria de trituración aparezca ante el público como un benefactor que se dedica a procurar el bien para todos o, en todo caso, como un honrado árbitro que mantiene el funcionamiento de la sociedad en paz y estabilidad pitando la falta de quien sea, poniendo coto y sancionando por igual a todos los que pongan en peligro la existencia armónica del conjunto. Para lograr tales propósitos complementarios, es obligado ocultar el favoritismo del Estado y arrojar pequeñeces a las masas para mantener en su sitio la máscara bienhechora.
La verdad es que el aspecto justiciero del Estado, su honradez e incorruptibilidad, tiene ya muy corrido el rimel desde hace ya bastante tiempo. "¿Por qué dicen que eres ladrón?", cuentan que le preguntó Alejandro Magno a un pobre diablo que le llevaron a su presencia por haber robado pan; "porque robo poco", respondió el interpelado, "si robara como usted, dirían que soy conquistador". Los pobres y desamparados llenan los juzgados y las cárceles mientras que los ricos y poderosos se llenan los bolsillos y circulan libre e impunemente, el carácter clasista del Estado forma parte cada vez más firme de la cultura popular.
Pues bien, el señor Miguel ángel Mancera Espinosa, contribuye poderosamente a alimentar y arraigar esta idea en los habitantes de la Ciudad de México y del país entero. Con su intolerancia, su sectarismo, sus filias y fobias o con todo ello en coctel, con su forma de gobernar con los policías parados amenazadoramente frente a sus gobernados que protestan pacífica y legalmente, ayuda a la concientización de los trabajadores. Si parafraseáramos a Camilo José Cela que escribió: "dedico esta obra a mis enemigos que tanto me han ayudado en mi carrera", tendríamos que escribir ahora: "dedicamos este modesto escrito a los gobernantes limitados que tanto nos han ayudado en nuestra tarea de hacer conciencia en los pobres de México". En efecto, la policía en la calle deteniendo valerosamente la protesta de gente inerme que solicita, obras y servicios, un gobierno que gasta miles de millones de pesos en pago de entrenamientos, salarios, equipos de vigilancia y de apaleo, soplones. "indicadores", vehículos, helicópteros, aparatos de comunicación, para mantener a raya la inconformidad de un sistema que se muere, exhibe, enseña, politiza más, mucho más que cualquier lección en el aula o en una declaración pública. Mancera coopera, hay que reconocerlo.
¿Qué le piden los pobres de la Ciudad de México al gobierno perredista de Miguel ángel Mancera? ¿Lujos? ¿Despropósitos? ¿Imposibles? Juzgue usted: le solicitan que aparezca seis millones de pesos que gestionó el Movimiento Antorchista para la construcción de una escuela Secundaria en la Delegación Gustavo A. Madero, dinero que cobró el gobierno de la Ciudad de México y que hasta ahora no se ha informado dónde quedó; le solicitan que conecte la energía eléctrica para la comunidad de Tiziclipa, en Xochimilco, en donde toda la red ya fue instalada por la Comisión Federal de Electricidad (CFE), gestión que es fruto también del trabajo del Movimiento Antorchista pero que la Secretaría de Medio Ambiente, dependencia del Gobierno de la Ciudad de México, se niega a conectar la red con pretextos deleznables; y le solicitan, también, la restitución de 300 viviendas para igual número de familias en el predio conocido como La Ciénega en el que la autoridad ordenó una demolición desde hace siete meses para abrir espacio y posibilitar la construcción de un gran centro comercial Walmart y, desde entonces, las humildes familias viven bajo toldos de plástico.
Mancera se va a ir, los cargos, afortunadamente, todavía no son vitalicios, pero la clase a la que supuestamente debió haber servido ocultando su dominación y su repudio por la organización popular, habrá quedado exhibida. No es, entonces, el gobernante, no la circunstancia ni la coyuntura, es la clase dominante. Por eso Antorcha llama con insistencia a fortalecer la organización de los pobres para tomar el poder y hacer justicia: conquistar trabajo para todos, un salario digno, lograr que paguen más impuestos los que más ganan y que el dinero que maneja el gobierno se gaste en beneficio del pueblo. No más Manceras, no más tiranos. El pueblo tiene la palabra.
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