MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Maclovio

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Conocí a Maclovio Marcos Pérez en los eventos culturales del Movimiento Antorchista de Michoacán y en sus reuniones plenarias y siempre me llamó la atención su eterna sonrisa, que no vi desaparecer de su rostro. Era todo un purépecha, a no dudarlo, un michoaque con una sensibilidad que brotaba a chorros en la entonación de sus declamaciones, fuera de lo común. La música que salía de su garganta al declamar demostraba a las claras una comprensión muy profunda de lo que estaba diciendo, cosa no sencilla de encontrar. Tenía una forma de declamar dulce, que se correspondía con su cara y sus vivos ojos entornados, siempre como escudriñando con curiosidad natural, amigable. Su oratoria era meditada, clara, directa, enfocando con seriedad los diversos aspectos de los problemas, y poniendo en ella toda la gravedad de la consternación que le afectaba vivamente acerca de los temas que trataba, con lo cual lograba comunicar sus preocupaciones. Era un auténtico representante de una clase social proletaria indígena que encontró en el antorchismo la trinchera ideal de lucha para beneficio de su gente, al que abrazó desde muy joven, en 1984, en su natal Cañada de los Once Pueblos, en Michoacán, y al que nunca abandonó ni traicionó. No era comunero ni ejidatario ni pequeño campesino, era, simplemente, un proletario purépecha, preocupado por el desarrollo social, que adoptó como propio el proyecto de forjar un mundo nuevo, y nunca lo soltó, hasta que la muerte le ganó la partida a los 58. El manejo criminal de la pandemia por el Gobierno federal nos lo arrebató. Maclovio se suma a la gigantesca lista de miles de mentes que todavía podrían contribuir enormemente al enriquecimiento espiritual del pueblo mexicano: médicos, enfermeras, profesionistas, escritores, artistas, líderes populares, cantores, bailarines y declamadores, que ya no podrán hacerlo porque el oropel del engaño mutiló al pueblo. La maldita pobreza se ensañó con él.

Maclovio tuvo, además de su virtud artística, la de luchar por el bien de su pueblo desde la perspectiva antorchista; es decir, integral. Desde que conoció al ingeniero Aquiles Córdova Morán, no dudó en seguir el sendero trazado por él y acompañarlo en el camino de la liberación verdadera de los pueblos indígenas de México. Política, arte, ideología proletaria por medio del estudio concienzudo eran todo uno en él. Maclovio cantó a la vida como se condujo en ella, pintó la vida con los colores de su voz honesta, pintó la lucha de los humildes con los colores de su brega incansable en reuniones de grupos, de plenistas, de círculos, de Espartaqueadas y eventos culturales, en gestiones ante gobiernos insensibles buscando algún avance, por pequeño o grande que fuera, para los más abandonados; pintó a su organización con el dolor de no crecer con la urgencia que los problemas reclaman, con la angustia de no tener para imprimir el volante imprescindible  y, a no dudarlo, con el brillo cristalino de alguna disimulada lágrima que todo hombre bien nacido derrama alguna vez por el dolor de ver a su familia y a su pueblo sumidos en la pobreza y sus tribulaciones. 

La existencia de Maclovio fue un reclamo rebelde a la forma de vida que llevamos, al modelo económico de injusta distribución de la riqueza social. Un reclamo, sintetizado en él, de millones de parias que aún no han hallado la liberación que Maclovio encontró en Antorcha, en la que luchó por conquistar el camino de su propia realización como artista, como ser humano. Un reclamo al tipo de sociedad que le escamoteó los apoyos para introducir entre sus hermanos indígenas agua potable, drenaje, electricidad, escuelas, pavimentos, un hospital regional, el progreso de una carretera, los instrumentos musicales para los niños, los laboratorios, los trajes para los bailes folclóricos o hasta algo tan sencillo como la renta de un autobús para llevar a un grupo de los suyos a luchar por su progreso o para trasladar a los integrantes de una danza michoacana a regalar la bondad de su cadencia.  

Como hombre concreto, siempre pudo más en él la lealtad imperturbable a la lucha de su gente, de los sencillos como él, y en esa lucha fue un creador de él mismo y de nosotros. Al fundirse conscientemente en Antorcha ha logrado permanecer aquí, aunque ya no esté. Nobleza indígena, presencia digna, confianza en conquistar un futuro luminoso para la humanidad, así hemos de recordar a Maclovio.

A mis hermanos antorchistas de Michoacán, que lamentan como nadie la carencia de la voz y de la honorabilidad originaria de Maclovio, les envío mi más sentido pésame por tan lamentable pérdida. Hay condolencia porque también duele y la expreso igualmente a sus familiares y a todos los que lo estimaron. Desde su tumba, resonará por siempre entre el pueblo purépecha la voz del sencillo proletario de La Cañada que vivió y murió por la unión, la fraternidad y la lucha.

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