MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

POESÍAS

Poesía

Los sembradores

Luis G. Urbina
Declama: Selene Aguiar Parra

Está bien; el reposo del sembrador es justo
después de la fatiga; que el ademán augusto
con que a la tierra arroja, serenamente, el grano,
es bello; mas, a veces, llega a cansar la mano.
Está bien; un instante de calma reflexiva,
no de abandono inútil ni de pereza altiva.

Cuando el guerrero pasa, tras el combate rudo,
las gentes que a lo lejos miran brillar su escudo,
resplandecer sus armas, y, en el tropel sonoro,
sienten venir el triunfo bajo nubes de oro,
agitan en el aire banderas y laureles
y enfloran el camino de carros y corceles.

Y todo vibra entonces: las almas y la tierra,
y el cielo se empurpura como visión de guerra.
La muchedumbre, en ímpetus de mar, se encrespa y brama
y el regocijo loco de la victoria, clama:
«ve a reposar, guerrero; recibe nuestra ofrenda,
y haya amor en tu vida, y haya paz en tu tienda».
Y el héroe llega y hace, tras el combate rudo,
un cabezal del casco y un lecho del escudo.

Cuando el artista vuelve, pensativo y risueño,
cual se vuelve de un éxtasis, del país del ensueño,
y esconde entre la angustia, que su vida sofoca
un anhelo en el alma y un ósculo en la boca;
cuando arrancó al misterio de la Eterna Belleza
una obra perdurable de goce o de tristeza,
una obra milagrosa de bien y de confianza,
una obra sacra y pura de amor y de esperanza,
la multitud se acerca, curiosamente muda,
y en la casta Madona y en la Venus desnuda,
a los pies de la arcada que se eleva hasta el cielo,
en la página abierta, donde tienden el vuelo
las divinas estrofas, o penden de una estrella,
las hamacas de sueño de una música bella,
pone su beso, como si una oración ferviente
dejara en él; y ciñe la luminosa frente
que bajo la melena, que es como negra espuma,
brilla con los reflejos del sol entre la bruma;
y dice: eres el genio, merecen la corona
tu música, tu verso, tu Venus, tu Madona.
Entonces, conmovida, la multitud exclama:
es hora del reposo; si la quietud te llama,
tras la labor profunda, tras el bregar sereno,
artista, duerme y sueña sobre ese blando seno.
y así es como se dobla, como al viento la espiga,
el artista rendido de gloria y de fatiga.

Mas nosotros no hemos concluido la tarea;
nos detenemos para tomar aliento; sea;
después, en marcha, que urge seguir sembrando granos
de verdad, en los tristes y hondos surcos humanos.
Una turba de almas recién nacidas late
en torno nuestro; es fuerza aprestarla al combate.
Nuestro oficio es humilde, pero tiene sus galas;
es el de abrir los cálices y desplegar las alas;
es el mismo trabajo que hace la Primavera...
y una turba de aves y flores nos espera.
Apresurad las manos, no habrá fuerza perdida,
la turba está impaciente por conocer la vida.
No detenerse, en marcha; la Primavera nunca
abandona el trabajo ni deja labor trunca;
que no serán bastantes los pájaros que vuelen,
las rosas que perfumen, ni las almas que anhelen
amor y luz.

Precisa que dejemos abierta
de par en par, y a todos los vientos, nuestra puerta,
templo que abriga dulces y profundos cariños,
y un culto: la inefable religión de los niños.
Aquel que entre nosotros desmaye o desaliente;
aquel a quien no importe que la rosa reviente,
ni pugne siempre porque la nueva vida vibre
feliz, radiante, pura, dominadora y libre;
aquel de entre nosotros que no sienta el anhelo
de abrir botones de almas, de preparar el vuelo
a espíritus que apenas se asoman al obscuro
abismo de la vida, curiosos de futuro;
aquel que no posea la fe, la fe bendita,
la fe que entona y salva, la fe que resucita,
no siembre con nosotros, su esfuerzo será vano;
que la semilla santa no ocupe más su mano:
nunca á los sembradores del porvenir les falta
la fe que santifica, la fe sublime y alta.

Pasa, guerrero altivo; retemblará la tierra
bajo los duros callos de tu corcel de guerra;
recógete en tu tienda, tras el combate rudo,
y haz cabezal del casco y haz lecho del escudo.
Pasa, inspirado artista, pensativo y risueño,
que llegas, como en éxtasis, del gran mundo del sueño;
inmortal es tu gloria; la multitud te ama,
reposa dulcemente; si la quietud te llama,
tras la labor profunda, tras el bregar sereno,
artista, duerme y sueña sobre ese blando seno.
Descansa en tu epopeya, guerrero; a ti, laureles;
duerme en tu Olimpo, artista; a ti, espíritus fieles.
Nosotros no podemos descansar; nos aguardan;
dañaremos la vida si las manos se tardan;
si el afán se entorpece, si se van los anhelos ...
en las ramas hay flores y en los nidos hay vuelos.
Nuestro oficio es humilde, pero tiene sus galas;
es el de abrir las rosas y desplegar las alas;
eso mismo que hace la gentil Primavera ...
¿Quiénes somos? tenemos abnegación sincera;
si nos ven desde abajo, desde torpes empeños,
entonces nos desprecian porque somos pequeños.
Si nos ven desde arriba los que piensan y aman,
entonces somos grandes y entonces nos aclaman.
Somos los sembradores; arrojamos los granos
de verdad en los tristes y hondos surcos humanos;
sembramos, y la espiga brota rubia y derecha:
Dios riega los sembrados y el porvenir cosecha.
No hemos labrado mármoles, ni hemos alzado arcadas,
ni en estrofas divinas, ni en músicas aladas
nuestro ideal pusimos; somos los sembradores;
los que despliegan alas y van abriendo flores.
Guerrero, artista, el alma vuestra gloria no anhela;
de par en par abrimos las puertas de la escuela,
y allí rendimos culto, con fervor de cariño,
a una piedad suprema: la religión del niño.
Sin embargo, no hemos concluido la tarea;
nos detuvimos para tomar aliento; sea...
Después en marcha, amigos, que hay que ir echando granos
de amores y esperanzas en los surcos humanos.