En México, el cambio climático no es una amenaza futura: es una realidad que ya golpea con fuerza, especialmente a las comunidades más vulnerables. Sequías prolongadas, olas de calor extremas y fenómenos meteorológicos devastadores son síntomas de una crisis ambiental que, lejos de ser un accidente natural, es consecuencia directa de un modelo económico que prioriza la ganancia sobre la vida, que privilegia la plusvalía a costilla de la explotación universal.
La crisis ecológica no afecta a todos por igual: son las comunidades pobres, campesinas, indígenas y periféricas las que enfrentan con mayor crudeza los efectos.
El diario El País publicó el pasado 12 de mayo un artículo titulado “El cambio climático no da tregua: México se calienta más que el promedio del planeta”, en el que informa que, según datos de la UNAM, desde la era preindustrial hasta 2024, la temperatura en el país aumentó 1.8 °C, superando el promedio global.
En 2024, México vivió su año más cálido, con una media de 2.14 °C. Durante abril de 2025, 21 estados sufrieron temperaturas entre 35 °C y 45 °C.
Estas cifras no son sólo estadísticas; representan vidas en riesgo, cosechas perdidas y comunidades desplazadas. En el Estado de México, por ejemplo, las lluvias intensas y la falta de infraestructura adecuada han provocado deslaves mortales y dejado a muchas personas sin hogar.
El libro Marxismo y ecologismo, de la doctora Citlali Aguirre Salcedo y la maestra Jenny Victoria Acosta Vázquez, ofrece una crítica profunda al modelo capitalista desde una perspectiva marxista, enfatizando que la lógica de acumulación, competencia y crecimiento ilimitado del capital es incompatible con la sostenibilidad ecológica.
Las autoras señalan, argumentan y demuestran que el sistema capitalista no sólo explota a la clase trabajadora, sino que también mercantiliza la naturaleza, reduciéndola a un simple insumo que puede ser explotado sin límites para generar ganancias, sin traer consigo consecuencias reales para los responsables.
La agricultura, base de subsistencia para millones de mexicanos, está siendo devastada por el cambio climático. Las sequías y las temperaturas extremas han reducido significativamente la producción de cultivos esenciales como el maíz y el café.
En la península de Yucatán, por ejemplo, el aumento de temperatura está afectando la producción de cultivos. El calor extremo puede afectar negativamente a los cultivos al ralentizar el crecimiento y aumentar la pérdida de humedad en el suelo.
Además, el cambio climático está intensificando la migración interna. En Tabasco, las primeras familias desplazadas por el cambio climático han sido realojadas en nuevas viviendas después de que el mar inundara su comunidad de origen.
Es imperativo reconocer que el cambio climático no es sólo un problema ambiental, sino una cuestión de justicia social. Las políticas deben centrarse en proteger a las comunidades más vulnerables, promover prácticas agrícolas sostenibles y transitar hacia un modelo económico que priorice el bienestar humano y la salud del planeta sobre las ganancias corporativas.
Esto no se logrará de forma espontánea ni a través de simples reformas. El papel de las masas trabajadoras y de los movimientos ecologistas es fundamental, y no se encuentra aislado de la lucha de clases. No se puede pensar en una salida ecológica sin cuestionar las estructuras de poder que sostienen el capitalismo.
En este sentido, los movimientos ecologistas no pueden mantenerse al margen de las luchas sociales. La crisis ecológica no afecta a todos por igual: son las comunidades pobres, campesinas, indígenas y periféricas las que enfrentan con mayor crudeza los efectos de las sequías, el calor extremo, la pérdida de cosechas y la falta de acceso a recursos básicos como el agua y la tierra.
Por ello, la lucha ambiental debe tener un carácter político y anticapitalista. No basta con exigir “consumo responsable” o energías limpias si no se cuestiona el modelo de producción basado en la ganancia y el despojo.
La participación de las masas no es una opción, es una necesidad histórica. Sólo a través de la organización popular, la movilización social y las luchas obreras será posible avanzar hacia un proyecto que priorice la vida, la equidad y la sustentabilidad por encima de la ganancia y la explotación.
En México, el cambio climático no es una amenaza futura: es una realidad que ya golpea con fuerza, especialmente a las comunidades más vulnerables. Sequías prolongadas, olas de calor extremas y fenómenos meteorológicos devastadores son síntomas de una crisis ambiental que, lejos de ser un accidente natural, es consecuencia directa de un modelo económico que prioriza la ganancia sobre la vida, que privilegia la plusvalía a costilla de la explotación universal.
El diario El País publicó el pasado 12 de mayo un artículo titulado “El cambio climático no da tregua: México se calienta más que el promedio del planeta”, en el que informa que, según datos de la UNAM, desde la era preindustrial hasta 2024, la temperatura en el país aumentó 1.8 °C, superando el promedio global.
En 2024, México vivió su año más cálido, con una media de 2.14 °C. Durante abril de 2025, 21 estados sufrieron temperaturas entre 35 °C y 45 °C.
Estas cifras no son sólo estadísticas; representan vidas en riesgo, cosechas perdidas y comunidades desplazadas. En el Estado de México, por ejemplo, las lluvias intensas y la falta de infraestructura adecuada han provocado deslaves mortales y dejado a muchas personas sin hogar.
El libro Marxismo y ecologismo, de la doctora Citlali Aguirre Salcedo y la maestra Jenny Victoria Acosta Vázquez, ofrece una crítica profunda al modelo capitalista desde una perspectiva marxista, enfatizando que la lógica de acumulación, competencia y crecimiento ilimitado del capital es incompatible con la sostenibilidad ecológica.
Las autoras señalan, argumentan y demuestran que el sistema capitalista no sólo explota a la clase trabajadora, sino que también mercantiliza la naturaleza, reduciéndola a un simple insumo que puede ser explotado sin límites para generar ganancias, sin traer consigo consecuencias reales para los responsables.
La agricultura, base de subsistencia para millones de mexicanos, está siendo devastada por el cambio climático. Las sequías y las temperaturas extremas han reducido significativamente la producción de cultivos esenciales como el maíz y el café.
En la península de Yucatán, por ejemplo, el aumento de temperatura está afectando la producción de cultivos. El calor extremo puede afectar negativamente a los cultivos al ralentizar el crecimiento y aumentar la pérdida de humedad en el suelo.
Además, el cambio climático está intensificando la migración interna. En Tabasco, las primeras familias desplazadas por el cambio climático han sido realojadas en nuevas viviendas después de que el mar inundara su comunidad de origen.
Es imperativo reconocer que el cambio climático no es sólo un problema ambiental, sino una cuestión de justicia social. Las políticas deben centrarse en proteger a las comunidades más vulnerables, promover prácticas agrícolas sostenibles y transitar hacia un modelo económico que priorice el bienestar humano y la salud del planeta sobre las ganancias corporativas.
Esto no se logrará de forma espontánea ni a través de simples reformas. El papel de las masas trabajadoras y de los movimientos ecologistas es fundamental, y no se encuentra aislado de la lucha de clases. No se puede pensar en una salida ecológica sin cuestionar las estructuras de poder que sostienen el capitalismo.
En este sentido, los movimientos ecologistas no pueden mantenerse al margen de las luchas sociales. La crisis ecológica no afecta a todos por igual: son las comunidades pobres, campesinas, indígenas y periféricas las que enfrentan con mayor crudeza los efectos de las sequías, el calor extremo, la pérdida de cosechas y la falta de acceso a recursos básicos como el agua y la tierra.
Por ello, la lucha ambiental debe tener un carácter político y anticapitalista. No basta con exigir “consumo responsable” o energías limpias si no se cuestiona el modelo de producción basado en la ganancia y el despojo.
La participación de las masas no es una opción, es una necesidad histórica. Sólo a través de la organización popular, la movilización social y las luchas obreras será posible avanzar hacia un proyecto que priorice la vida, la equidad y la sustentabilidad por encima de la ganancia y la explotación.
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