MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Los partidarios de la inmunidad de rebaño

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Sin necesidad de ser un analista en temas políticos y sociales creo que con los más de dos años que lleva la actual administración federal es más que suficiente para darnos cuenta, sin temor a equivocarnos, no solo lo que se proponen, sino que piensan y que pueden hacer los políticos que están incrustados en el gobierno de la Cuarta Transformación que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador.  

La respuesta que las naciones dieron a la pandemia dejó ver que el mundo tiende a dos grandes bloques. Las dos líneas sobre el combate al coronavirus colocaron a los gobernantes de México al lado de los que fingen aceptar que hay que apoyarse en los recursos que proporcionan la ciencia y la experimentación científica, pero, en realidad, piensan que lo correcto es procurar la inmunidad de rebaño. Así se explica el hecho de que el jefe e ideólogo de los morenistas AMLO se oponga a medidas tan elementales como el uso del cubrebocas, el confinamiento social, la utilidad de efectuar el mayor número de pruebas; si deben recibir atención médica todos los infectados, graves o no. Detrás de esta discusión aparentemente absurda, se esconde el deseo de imponer la inmunidad de rebaño.

El tiempo ha permitido ver poco a poco que no todos los que se ocupan de la pandemia lo hacen partiendo de la misma base y buscando el mismo objetivo. Seguramente son mayoría los que se preocupan genuinamente por la salud y la vida humanas; el resto, en cambio, tiene como interés prioritario la restauración inmediata del funcionamiento de la economía, es decir, su propósito es la conservación y prosperidad de los negocios y de las mayores utilidades de la empresa privada.

Destacados líderes de opinión señalan que, según los partidarios de la inmunidad de rebaño, los que se tengan que morir que mueran; que se acaben los débiles, enfermos y viejos, y también los pobres que no puedan pagarse un buen hospital y una buena atención médica. Por eso desde el principio ocultaron la letalidad del coronavirus y negaron la necesidad del distanciamiento y el confinamiento social. En su lugar, llamaron a la población a salir sin miedo, a disfrutar del sol y el aire puro.

No debemos olvidar que el Gobierno morenista también se negó a efectuar pruebas masivas a la población, ocultó y sigue ocultando las cifras reales de contagiados y muertos, y se rehusó a declarar oportunamente la alerta en las poblaciones de mayor riesgo. Se aventuró a poner fin prematuramente al relajado confinamiento que habían decretado en la fase más aguda de la primera ola, con lo cual incrementaron las cifras fatales, y hoy los morenistas defienden la misma posición a pesar de los crecientes rumores de una nueva ola, más infecciosa y letal.

En medio de este poco alentador panorama se viene intensificando ruidosamente una campaña de medios en favor de la rápida normalización de la actividad económica y de la reapertura de escuelas y universidades. Se busca convencernos de que, si no queremos sufrir las consecuencias de un colapso económico universal y de una catástrofe educativa, debemos aceptar que obreros y jóvenes de ambos sexos regresen de inmediato a las fábricas y a las escuelas aun a riesgo de contagiarse y morir por covid-19. Respecto a los niños y jóvenes, la campaña pone énfasis en el daño psicológico que les está provocando el encierro y el alejamiento de sus compañeros, amigos y maestros. Se habla de decaimiento general, de pérdida de interés en el estudio, de falta de atención y concentración y, en los casos más graves, de depresión y tendencias suicidas.

No se puede poner a discusión si nuestros niños y jóvenes deben ser rescatados de la inactividad intelectual, de la pésima educación “virtual”, del daño psicológico, anímico y relacional que les pueda causar la ausencia de sus maestros, amigos y compañeros. El problema radica en saber exactamente si en verdad no hay otro camino que exponerlos al contagio y a la muerte a cambio del retorno a la vida normal a que tienen derecho. La respuesta es: no, no es el único camino. Para empezar, nunca habríamos llegado a esta encrucijada mortal si el gobierno morenista hubiese adoptado desde un principio la estrategia seria y responsable de países como China, Japón o Corea del Sur; pero ya que estamos ante este dilema el gobierno federal está obligado a vacunar a todos los niños y jóvenes antes de decretar el regreso a clases; a dar mantenimiento a todos los planteles, patios de recreo y aulas; a garantizar el control del estado de salud de cada estudiante antes de ingresar a la escuela y las medidas de seguridad e higiene básicas para alumnos y maestros. Hoy, nadie está en condiciones de garantizar que todo eso existe o que estará disponible a tiempo.

Hemos escuchado que la Secretaría de Educación Pública, Delfina Gómez afirma tajante: “Es una cuestión de salud mental”. Como se nota, solo se limita a repetir el espantajo ideológico de los partidarios de la “inmunidad de rebaño”.  Ante este panorama los estudiantes, profesores y padres de familia, o sea, los verdaderos afectados por esta cruzada científico-ideológicos de la inmunidad de rebaño, deben elevar su voz en términos precisos e indiscutibles. Tienen que dejar claro que quieren y deben volver a las aulas, pero no quieren ir al matadero. La consigna debe ser: “Exigimos que primero se nos vacune a todos”.

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