MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La Revolución de los trabajadores. La Revolución pendiente de la historia nacional

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Han transcurrido ya más de cien años del estallido revolucionario de 1910. Durante un siglo entero nuestro país ha arrastrado consigo las reivindicaciones que desde 1906 fueron proclamadas por el magonismo en el Programa del Partido Liberal Mexicano, partido que apenas unos años después degeneraría en el Partido Antirreeleccionista, de carácter total y absolutamente burgués. Cien años después de la violenta contienda encabezada inicialmente por Francisco I. Madero, el pueblo de México continúa esperando que la revolución le haga justicia y, precisamente por el carácter mismo de esta gesta, podrá esperar mil años y seguirá con las manos vacías.

Decir que la Revolución no triunfó sería un error, un error no únicamente de perspectiva, sino de desconocimiento absoluto de las leyes que han guiado la historia desde la aparición de la propiedad privada. Discutir a estas alturas la existencia de clases sociales es tarea de necios, la realidad ha trascendido los discursos melosos de hermandad con los que la burguesía pretende endulzar el oído proletario hablándole de igualdad mientras le arrebata sin embozo el producto de su trabajo, dejándolo sobrevivir con las migajas que caen de la mesa. Así pues, cuando decimos que la Revolución mexicana triunfó lo decimos porque lo hizo, pero no en beneficio de los que el discurso patriotero predica, sino precisamente por aquellos que poco lugar ocupan en los libros de historia; para los que incluso llegan a presentarse como enemigos de los verdaderos caudillos y que han aprendido el difícil arte del disimulo, transitando como sombras por acuerdos, programas y leyes, ajustando toda decisión trascendente a sus intereses de clase. La burguesía, como toda clase en el poder, aprendió a usar la fuerza de las frases, de los símbolos y de las máscaras para legitimar sus triunfos. Por esa razón hoy, aunque se ondee la bandera villista, se homenajee a Zapata y se bauticen obras e instituciones con el nombre de Felipe Ángeles, los intereses por los que ellos pelearon fueron sacrificados; vaciaron de contenido su lucha dejando el huero cascarón, satisfaciendo así el anhelo popular y cumpliendo a su vez con el verdadero objetivo de la revolución: consolidar el poder económico y político de la burguesía sobre los intereses de la inmensa masa de trabajadores.

Las demandas de los programas revolucionarios que buscaron encausar la revolución hacia los intereses de las clases trabajadores resuenan hoy todavía, con una voz cada vez menos audible en los oídos sordos de los herederos de la riqueza. Estas eran las palabras con las que Ricardo Flores Magón reclamaba el impuesto progresivo: “Aligerar de contribuciones los artículos de primera necesidad. No permitir que los ricos ajusten igualas con el Gobierno para pagar menos contribuciones que las que les impone la ley”. Zapata en el Plan de Ayala exigía la restitución de las tierras a los campesinos despojados por la ignominiosa ley de terrenos baldíos promulgada por Porfirio Díaz: “Como parte adicional del Plan que invocamos hacemos constar: que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la tiranía y de la justicia venal entrarán en posesión de estos bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos correspondientes de esas propiedades, de las cuales han sido despojados, por la mala fe de nuestros opresores, manteniendo a todo trance, con las armas en la mano, la mencionada posesión y los usurpadores que se crean con derecho a ellos, lo deducirán ante tribunales especiales que se establezcan al triunfo de la Revolución.” ¿Qué sabemos hoy del “Plan de Texcoco” promulgado por el ilustre Andrés Molina Enríquez, uno de los planes que mayor énfasis ponían en mejorar los salarios y las condiciones de los obreros? Finalmente, hubo quienes fueron más allá de las simples reivindicaciones inmediatas: Felipe Ángeles, el más destacado general villista proclamaba en un artículo abiertamente socialista, y por eso mismo excluido de los anales de la historia: “¡No más explotaciones del obrero! El derecho a la propiedad privada ilimitada es ahora claramente injusto; produce el ocio perpetuo y la degeneración de muchos ricos, al lado de pobres que mueren de tanto trabajar o que mueren de hambre sin encontrar trabajo. La sociedad actual es palpablemente injusta.”

¿Qué de todo esto se hizo realidad en el México posrevolucionario? ¿Alguna demanda de las planteadas por los verdaderos caudillos populares, hoy tan laureados y vitoreados se materializó en la vida del pueblo mexicano? Pocas y en limitada medida. Cien años después de la revolución el país está, en términos sociales en un estado más deplorable de lo que llegó a estar en las primeras décadas del siglo XX. En 1910 –apunta Diego Castañeda– “El 20 por ciento de la población controlaba el 60 por ciento del ingreso nacional y el restante 80 por ciento el 40 por ciento del ingreso”. De los 15 millones de habitantes 11 millones sobrevivían con salarios de entre 25 y 30 centavos, viviendo en situación de pobreza. Hoy en México el 10% de la población controla el 59% de los ingresos; el 1% controla el 29%. Entre el 90% de los mexicanos se distriubuye el 40% del ingreso restante (El financiero, junio 23 de 2021). Hay 55.7 millones de mexicanos viviendo en situación de pobreza y 11 millones en pobreza extrema. (Coneval, agosto 5 de 2021).

Presenciamos en nuestros días la contundente victoria de la revolución de los ricos. El país sigue hundido en la miseria, aunque ésta haya cambiado de forma y temporalidad. Las demandas revolucionarias sólo sirven ahora para presumir ideales pero se quedan en eso, en ideas que parecen imposibles para nuestro tiempo. La esencia de la realidad continúa inalterable y los más enriquecen a los menos; aunque las cadenas parezcan invisibles, siguen ahí. Por ello la revolución de los trabajadores, hoy con formas diferentes a las de 1910, se impone como necesidad. Es preciso e indispensable no olvidar que esa revolución no se ha llevado a cabo todavía y que las demandas que hace cien años enunciaran los grandes caudillos están aún pendientes de realizarse. Solemos ver nuestra historia siempre demasiado lejana a nuestra vida inmediata, producto esto de nuestra limitada temporalidad como individuos. Olvidamos que nosotros somos sólo una manifestación minúscula de un devenir que se ha construído por siglos. Somos apenas una pequeña hoja de un árbol cuyas raíces son mucho muy profundas y de las que emana el verdadero sentido de pueblos e individuos.

De tal manera que la tarea de la revolución de los trabajadores no es de ahora, ni siquiera de hace cien años; es una necesidad que ha esperado manifestarse por siglos. Lo que la revolución de 1910 comenzó debe continuarse en este momento y en esta época; los caudillos que recordamos no están en realidad tan lejos de nosotros; la distancia que nos separa de ellos es invisible para la historia. Continuar con esta tarea es perentorio aunque para ello sea preciso adaptarla a las formas que la realidad nos presenta.

Hoy, bajo la égida del neoliberalismo no es posible una revolución armada, tampoco son las mismas demandas formalmente las que se defenderán, pero el contenido y la esencia continúan inalterables. Lo que la realidad exige, descendiendo a lo concreto en el contexto nacional, se puede sintetizar en cuatro puntos: 1) Empleo para todos: más del 50% de los mexicanos en edad de laborar se encuentra sin empleo y sobrevive del empleo informal, es decir, 23 millones de mexicanos no tienen garantizado siquiera el alimento diario, esto sin considerar el subempleo que es desempleo maquillado. 2) Incremento de los salarios: el 60% de los mexicanos gana apenas entre uno y dos salarios mínimos. El salario mínimo mensual asciende apenas a 3,697, mientras que el precio de la canasta básica asciende a 1,643 pesos, significa esto que en promedio se gasta el 48% del salario en los insumos básicos y esto, sólo considerando a una persona. Para que una familia de cuatro integrantes pueda sobrevivir dignamente serían necesarios (utilizando datos del Coneval) 14,786 pesos mensuales. Hay que agregar a esto que los salarios sólo aplican al empleo formal. El cumplimiento del primer eje es necesario para la realización del segundo. 3) Reorientación del gasto público: de todos los ingresos que por obligación paga el pueblo mexicano, el gobierno, siempre obediente a su clase, se encarga de invertir en lo que a ésta beneficie. No hay inversión en educación, salud, servicios básicos etc. Es una tarea inmediata utilizar el recurso que el mismo pueblo genera para su beneficio y no otorgarlo a cuenta gotas y casi en forma de caridad como hasta ahora sucede. 4) Impuestos progresivos: en México, según datos de Cepal y OXFAM, la recaudación de impestos entre los más ricos es de apenas el 10% del total de ingresos, lo que equivale para ellos al 5% de su ingreso, mientras que en países como Italia y Gran Bretaña es del 25%. Tenemos todos los mexicanos los mismos deberes pero no los mismos derechos. Sin importar las condiciones particulares, los que menos ganan pagan lo mismo que los que se llevan la riqueza de las mayorías. Debe, como una medida de elemental justicia, cobrarse los impuestos proporcionalmente al nivel de ingresos: que quienes ganan más paguen más. No es que México sea un país pobre, es que la riqueza que se produce se queda en pocas manos y nunca regresa a sus productores.

Estas medidas no difieren, en sus objetivos, de las planteadas por los caudillos populares hace más de cien años. Tienen el mismo propósito pero exigen, para realizarse, lo mismo que exigían en la revolución mexicana: consciencia de clase, unidad y organización popular; de otra manera serían imposibles. Además de ello y, conscientes del error fatal de los primeros revolucionarios, requieren que sea el mismo pueblo sufriente quien encabece la transformación; sólo quien encabeza la revolución puede beneficiarse de ella. La idea del mesianismo político debe ser desarraigada por haberse demostrado contraria a los intereses de los trabajadores, es una forma más de engañar a la clase empobrecida y perpetuar sus males. La revolución ya está en marcha, la estafeta ha sido recogida y es ahora tarea de la vanguardia popular: plenos, estudiantes, obreros etc, llevar a cabo su difícil pero necesaria realización.

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