MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La resiliencia, el estoicismo moderno y otras supercherías de dominación ideológica

image

¿No os ha tocado observar, sobre todo en redes sociales y en programas de televisión, notas como: «recetas en siete pasos para encontrar la felicidad», «diez consejos estoicos para vivir mejor», «aprenda a vivir con poco en cinco sencillos pasos»?  ¿Cuántas veces, en los últimos años, han escuchado la palabra resiliencia? Una palabra que tal vez en la década pasada apenas y se conocía.

Si ponen atención a los discursos huecos que nonadas con micrófono nos avientan todos los días en los programas basura, ¿cuál es normalmente la conclusión a la que llegan?; no importa si están narrando la crónica de un desfile, un partido de futbol o una persecución policiaca, el exhorto es: “échale ganas, cree en tus sueños, cree en ti mismo, y aprende a ser feliz con lo que tienes”. ¿Qué se supone que significa eso? ¿Qué diantres significa creer en ti mismo? ¿Además de las películas hollywoodenses y las telenovelas mexicanas, existe otro lugar donde los sueños se cumplan simplemente por creer en ellos? En toda esa absurda palabrería, en esos banales comentarios, en las conclusiones sacadas de cabezas vacías pero con un micrófono que llega a cientos de millones, se esconde una trampa ideológica que es preciso desenmascarar. No olvidemos que las redes, la televisión, el internet, las plataformas de cine, cumplen una función social. Los actores son sólo eso, actores, detrás de ellos hay intenciones y objetivos que, la mayoría de las veces, escapan a nuestra comprensión.

El estoicismo fue, desde sus orígenes, una filosofía encaminada a alcanzar la virtud; la virtud era la sabiduría, por lo que el objetivo de toda vida humana era, para el estoico, alcanzar la sabiduría, en la que la ciencia se presentaba como una de sus condiciones fundamentales. Para ello había que seguir una serie de reglas. No podía alcanzarse la virtud, la sabiduría, sino a través de la ascesis, un conjunto de normas morales que te permitirían, despojándote de las preocupaciones materiales y mundanas, acercarte con mayor facilidad a la filosofía. Entre estas normas sobresalía la autarquía, el dominio de sí mismo, que no era otra cosa que la expresión práctica del principio clásico de la filosofía griega: “conócete a ti mismo”. Para los estoicos el dominio de uno, es decir, el dominio de las pasiones, los instintos y, sobre todo, las acciones que estos impulsaban sólo podían provenir del conocimiento del ser, del conocimiento de uno mismo.

Este conocimiento no surgía de la reflexión, tampoco de la meditación o de la relajación. Un hombre sólo se podía conocer realmente en la medida en que conocía su entorno, su realidad, su historia. Por esta razón el estoicismo, como otras tantas formas del pensamiento, predicaban la sabiduría, es decir, el estudio, el conocimiento del mundo y, en consecuencia, el conocimiento del yo. El cristianismo, una vez erigido como religión hegemónica en la Edad Media, hizo del estoicismo su propia interpretación, sobre todo a partir del pensamiento aristotélico. Le despojó de sus fines y lo relegó a ser simple medio. La ascesis, las normas de sometimiento de la voluntad, le fueron muy útiles en el principio de resignación sobre el que se fundó la Iglesia moderna.

A pesar de todas las deformaciones que pudieron hacerse sobre el pensamiento estoico, el cristianismo mantuvo un sentido, un objetivo. La teología se sirvió de la doctrina de Zenón, Crisipo, Catón, Séneca, Epicteto, Marco Aurelio, para fundamentar sus principios; exigía autarquía y sometimiento para que el statu quo se perpetuara, prometiendo, a cambio, salvación eterna. El instinto natural de rebelión que el hombre llevaba en sí fue ahogado con la deformación teológica de la filosofía estoica hasta ya muy entrado el siglo XIX.

La modernidad, el capitalismo contemporáneo y la pseudofilosofía han arrebatado todo contenido al pensamiento estoico dejando únicamente el cascarón, el material ideológico que le es útil hoy para, como sucediera en la Edad Media, perpetuar el sistema lo más que se pueda, a pesar de su evidente descomposición. ¿A qué se debe que en las escuelas, en el cine, en la televisión y en la literatura, sobre todo en la moderna “literatura” de autoayuda, se destaquen nuevamente los métodos estoicos de “resistencia”? La causa no está en la idea, sino en las condiciones materiales, económicas y políticas o, si quiere uno ponerse psicoanalítico, en la cultura.

En un sistema en el que las oportunidades escasean, en el que para sobrevivir hay que dejarse el pellejo todos los días; en el que todo a nuestro alrededor luce oscuro y lúgubre, ¿cómo se puede pedir al hombre que resista? Cuando no hay opciones de redención, cuando no quedan salidas para liberarse del hastío y el cansancio, ¿qué es lo que queda? La resignación. La resiliencia es una palabra hueca si se le saca de contexto. Ahora se exige resistencia y dominio pero no se dice para qué. Ese autocontrol que te impide romper de una vez con todo y levantarte en contra de lo que te oprime, ¿tiene algún sentido? ¿Está encaminado a la sabiduría o la liberación espiritual? No, es una frase vacía que le permite a los no creyentes (porque todos creen en algo no importa lo falso que esto pueda llegar a ser) someterse y resignarse a su suerte.

A esta superchería intragable se le añade una idea aparentemente inocente pero profundamente dañina. Cuando el hombre no tiene nada en qué creer, cuando su visión del mundo está a punto de caer en un nihilismo instintivo, el sistema, preocupado porque pierda absolutamente todo, y a sabiendas de que los que no tienen nada que perder están dispuestos a romper con la realidad sin importar lo que pase, les ofrece, como consuelo, la idea ya masticada y rumiada por décadas del cree en ti mismo. ¿Qué se supone que significa creer en uno mismo? Uno aprende a creer en lo que estudia, en lo que conoce, en lo que practica. Incluso la religión, que no exige conocimientos, no llega a esos extremos absurdos de idealismo y predica la fe, cree en Dios. Creer en uno mismo, si uno mismo no se conoce, si uno mismo no entiende las circunstancias que lo determinan, si uno mismo no tiene principios, cualesquiera que estos fuesen, que guíen su conducta y su vida, es un absurdo.

Es la misma lógica que podríamos utilizar con un competidor de natación al que, jamás habiendo tocado el agua, incluso atacado de hidrofobia, le dijésemos ‘no te preocupes, es cierto que estás en una competencia profesional, es cierto que no tienes la menor idea de la técnica o del método para nadar, pero ¡cree en ti mismo’. ¿Cuáles serán las consecuencias? Perecerá ahogado.

No pretendo que esta opinión derive en fatalismo y apatía; eso es precisamente lo que el sistema quiere de cada uno de nosotros. Todo lo contrario. El estoicismo moderno, la resiliencia y el echaleganismo son salidas artificiales y, sobre todo, falsas. El hombre es y fue históricamente rebelde. Tiene la razón suficiente para entender cuando las cosas están mal y deben cambiarse.

¿Por qué hemos de someternos y conformarnos con la vida que llevamos, si sabemos que esta vida está mal y es insoportable? ¿Por qué hemos de practicar el conformismo, la paciencia y la resignación, cuando la realidad lo que requiere es transformación, coraje, lucha e inconformidad? De lo que se trata es de transformar, decía Marx, y toda esta engañifa nos lleva a soportar lo insoportable y a perpetuar lo dañino en la sociedad. Ahora bien, si queremos transformar, debemos saber cómo hacerlo, si queremos cambiar la realidad no basta con querer, es preciso saber y poder.

Por ello, es necesario creer en uno mismo, sí, soñar con un mundo mejor, también, pero con la condición de entender, estudiar y conocer el camino que nos permitirá alcanzar el objetivo. Las buenas intenciones son sólo agua de borrajas cuando no van acompañadas con trabajo, actividad y conocimiento. Así pues, si pretendemos enfrentar al mundo, si disponemos de la valentía y la conciencia necesarias, lo primero será despojarnos de esa doctrina ideológica que solo lleva a la apatía; lo segundo consistirá, siguiendo la verdadera filosofía estoica, en conocer el mundo, en estudiar la realidad y en ese proceso, conocernos a nosotros mismos como parte constitutiva de ésta desde nuestra posición de clase; finalmente, y lo más importante, abocarnos, con un esfuerzo productivo, a su transformación. No se trata de resistir, sino de combatir.

NOTICIAS RELACIONADAS

0 Comentarios:

Dejar un Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados *

TRABAJOS ESPECIALES

Ver más