Y bajarás al llano
desde la excelsitud de la montaña;
y al verte descender, llenas de angustia
te gritarán las águilas:
¡Inmortal, no prosigas tu camino,
vuelve a nuestras nidadas,
porque el fango que cubre la llanura
salpicará tus alas!
Y los riscos nevados:
¡No prosigas tu marcha,
nosotros besaremos cuando huelle
nuestra nieve, tus plantas,
y en el bajo las cubrirán de espinas
los odios emboscados de la zarza!
Y los robles que trepan por la altura:
¡Detente, en la llanada
el día es un día de maldición de fuego,
la noche una asesina de esperanzas,
el ambiente una asfixia de maldades,
el cielo una inclemencia desbordada,
el tiempo una vorágine, y las tierras
una miseria insólita de savias!
Y escucharás sereno,
y seguirás tu marcha.
Y solo el manantial que en tu camino
te dará el refrigerio de sus aguas,
alegre y bullicioso
parecerá decirte: ¡baja, baja:
daremos al oprobio de los valles
yo, mis ondinas claras,
mis purezas, mis linfas, mis frescores;
y tú inmortal, tus ansias
de perfección, visiones de futuro,
vislumbres del mañana;
y así los hombres beberán mis ondas
y gustarán la miel de tu palabra;
yo calmaré las sedes de los cuerpos,
tú calmarás las sedes de las almas!.
Y escucharás sereno,
y seguirás tu marcha.
Y llegarás al llano
henchidas tus alforjas de pujanza,
ensueños, ilusiones,
altos ideales y ficciones altas.
Y pasarás ecuánime,
con las manos preñadas
de granos, que a los vientos
arrojarás, sin que hurgue tu mirada,
si cayó en el camino,
entre las peñas que a mirarte se alzan
en las fertilidades de la tierra
o en las ingratitudes de la zarza.
En verdad, en verdad te digo, que antes
de que llenen de asombro a tus miradas
la prodigilidad de las cosechas,
veras como te infaman
la injuria de los zafios en las piedras,
las rosas de tu sangre entre las zarzas,
los lirios de tu carne en las espinas,
la angustia del futuro en la alborada,
la sierpe de la envidia entre la sombra
y el odio a tus alturas por los masas.
Y santificarás así el camino
con la huella sangrante de tus plantas:
y a todos miraras serenamente,
y seguirás tu marcha.
Perseguirán tus pasos
muchedumbres ignaras
y sobre su millón de corazones
y su millón de almas
arrojarás, como sobre las rocas
y las tierras ingratas,
la semilla fructuosa de la idea
que florece en la mies de tu palabra.
Y gritarán los menos
llenos de estupefacta
admiración: ¡cerrad vuestros graneros
y guardad vuestras casas,
que hay un ladrón de simiente en los caminos!
¿Dónde puede llevar semilla tanta?
Y escucharás sereno
y seguirás tu marcha,
derrochando el portento de tus manos
por sobre de las tierras y las almas.
Y te alzarás en la tiniebla
ignota de la nada,
ante el millón de voces que te entrañan
y ante la impavidez de tu montaña
donde los robles trepan implorando
al cielo con sus ramas,
donde los hielos inhollados sueñan
las santificaciones de tu planta,
y adonde, por seguir tus ígneos rastros,
los cóndores desatan
-estrepitosamente-
los negros huracanes de sus alas.