MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La educación del pueblo y la democracia

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Para que realmente pueda “el pueblo” ejercer el poder, que eso quiere decir democracia, y tomar las decisiones correctas, en cada caso que necesite una decisión, sea a través de sus “representantes” o directamente en asamblea o en plebiscito o “consulta ciudadana”, o como usted guste y mande, lo que realmente hace falta es que el pueblo esté enterado y consciente de lo que va a decidir y los factores que lo determinan. Tarea nada fácil, sobre todo porque los benefactores de la democracia parlamentaria viven de la ignorancia del pueblo.

Esta democracia parlamentaria se realiza a través de representantes, llamados diputados o senadores y para funcionar adecuadamente solamente requiere de “convencer” a estos en un juego de proporciones matemáticas (50 por ciento más uno para votaciones simples, o las dos terceras partes para votaciones constitucionales), por lo que los políticos de los grupos de poder están más interesados en manipular y engañar a ese pueblo en temporada de elecciones para que “elija” a los que previamente ya eligieron ellos, y una vez “electos” los que sí tienen poder de decisión, a éstos se los puede corromper u obligar mediante “negociaciones” diplomáticas, y hasta el uso de la amenaza institucional a través del presupuesto y los órganos coercitivos, a votar en uno u otro sentido, es decir para lo cual tampoco es lo más importante que estén “enterados y conscientes”. Y hay quienes, en el colmo de la desvergüenza, lo dicen y justifican, pidiendo a los legisladores que NO piensen, pretendiendo “lealtad ciega” y convirtiendo a la democracia en una cínica dictadura perfecta.

Así, los representantes del pueblo ya no lo representan, sino que se vuelven representantes, títeres incondicionales de los intereses del poderoso al que se le someten. En tiempos pasados, por supuesto que sucedía, pero le tapaban el ojo al macho y disimulaban; hoy hasta lo gritan con orgullo: “yo no represento al pueblo sino al presidente, y es un honor” ¿Y el pueblo?; a ese, ya dije, solamente hay que engañarle y comprarle su voto en temporada de elecciones. Los modos para hacer esto son un arte y han dado pie a muchas profesiones y especialidades. En esto se gastan fortunas inmensas en medios de comunicación, propaganda, redes sociales, estructuras de “activistas” correcaminos, con “líderes” a sueldo y repartidores clientelares de programas y compradores de votos. Toda una red de parásitos interesados y manipuladores, deshonestos, mañosos y transas. Y torrentes inmensos y enfermizos de demagogia hedionda, juramentos, votos de honestidad y moralidad, promesas de “resolver” milenarias carencias de la gente y transformar al país en un paraíso terrenal

Pero esta farsa de democracia tiene un gran defecto: se puede engañar a todos una parte del tiempo, y se puede engañar a una parte todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo. Vea usted, probable y amable lector, que a esos políticos lo que les conviene es un pueblo ignorante, supersticioso y pobre, para poder ser manipulable; vea usted que esta falsa democracia requiere de eternizar la ignorancia y la pobreza y entenderá cómo los verdaderos demócratas tendrían que hacer exactamente lo contrario: educar y organizar a las grandes masas populares, enseñándoles a pensar, a informarse y a tener criterio propio, y enseñarles  a ser gestores de su propio progreso, a no contentarse con su miseria e ignorancia. El demagogo pide sumisión, el transformador lucha contra ella.

Un ejemplo ilustrativo de esto es lo que ha pasado con las elecciones de 2018, las intermedias en junio de este año, y la pasada consulta popular del primero de agosto. El pueblo creyó en el discurso de los que hoy tienen el poder y los llevó a él en 2018, con una votación que todos consideran histórica de 30 millones de votos. Pero el elector fue engañado, las promesas fueron demagogia, lo que terminó siendo imposible de ocultar, y en las elecciones intermedias los del partido del Presidente solamente lograron 16 millones de votos, a los que se debe descontar sin falta las transas y los fraudes realizados por Morena y el presidente AMLO, que fueron desde la mentira descarada, el uso de la palestra presidencial para favorecer a sus candidatos, el uso de programas sociales y de la vacunación con fines electoreros, el acarreo, la compra de votos, llenado ilegal de boletas por la gente de Morena, etc., y el apoyo indiscutible del crimen organizado en favor de ellos, que hoy nadie se atreve a negar, además del mismo Obrador. Finalmente, en la consulta del primero de agosto solamente alcanzaron 6.6 millones de votos, pese al acarreo y clientelismo con sus “beneficiarios” de programas y becas, como una muestra indiscutible de ineficiencia partidaria y de desprestigio popular.

Los críticos de la mafia del poder, los que se le ponían en frente a los conservadores para insultarlos en público y desgarrarse las vestiduras, en eso de hacer transas, y corruptelas, en eso de usar el poder para reprimir y para perseguir a sus opositores y conservar a la mala el poder, resultaron ser más papistas que el papa.

No, ellos, los políticos enquistados en la 4T y Morena no son el pueblo ni son demócratas, el pueblo NO está en el poder con López Obrador, ni estamos viviendo con la 4T una verdadera democracia. Habrá que corregir muchas cosas de nuestro sistema parlamentario, y todo lo que se le pueda ocurrir a los actores políticos y a las fuerzas vivas, pero hay algo que hace falta sin lo cual jamás, vamos a alcanzar una verdadera democracia: hay que educar al pueblo, hay que enseñarle a pensar de manera crítica, hay que demostrarle que la solución es que el pueblo sea no el que elija de entre las diferentes opciones, sino que él ejerza el poder, que ya no basta con votar o participar en una consulta, sino que se trata de que él “se ponga al frente del proceso social”, hay que convencerlo de que debe gobernar, debe tomar el poder en sus manos y construir con su fuerza e inteligencia, con su decisión y su valor, esa nueva sociedad en la que la gente viva sin carencias y con posibilidades reales de ser feliz. 

Por eso, los verdaderos demócratas, los revolucionarios, los transformadores, deben empezar por educar y organizar al pueblo, tal y como lo está haciendo Antorcha Campesina. Todo lo demás, es lo de menos.

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