En los medios se repite sin cesar, haciendo eco del gobierno y sus voceros, que la recuperación económica está en marcha; que, con ella, los empleos e ingresos perdidos de los trabajadores serán automáticos y ya se están viendo. Para reforzar estas declaraciones se citan algunas estadísticas aisladas y, en esa medida, engañosas. Es decir, además de la penosa realidad de millones de hogares mexicanos, una revisión un poco más atenta de las estadísticas oficiales no parece acompañar el optimismo de voceros ni funcionarios de los organismos que le hacen eco al gobierno.
El Inegi publicó recientemente que, en relación con el sector de las manufacturas, “el personal ocupado total presentó un crecimiento de 4.2% y las horas trabajadas ascendieron 7%, en tanto que las remuneraciones medias reales tuvieron un descenso de 0.2% en el mes de referencia”. El periodo al que se refiere el reporte es entre julio de 2020 y el de 2021. La recuperación de la manufactura es fundamental porque su producción aporta alrededor de 17% del PIB nacional. Además, la exportación de productos manufacturados constituyen el 80% de los ingresos de la balanza comercial, por lo que es una de las principales fuentes de divisas del país. Contribuye también a crear el 26% del trabajo asalariado de nuestro país y el 16% de los empleos directos totales.
En este contexto, parecería una excelente noticia el incremento de 4.2% del personal ocupado en el sector manufacturero. Sin embargo, la bondad de la noticia se atempera bastante si notamos que en julio de 2020, el personal ocupado registró su nivel más bajo desde 2017 y que, a fin de cuentas, el número de trabajadores en la manufactura al día de hoy es similar al que había en diciembre de 2018.
El optimismo inicial se desvanece por completo si relacionamos entre sí las tasas positivas que arroja la encuesta del Inegi. Las tasas muestran que mientras el número de trabajadores se incrementó en 4.2%, las horas trabajadas lo hicieron en 7%; es decir que aumentaron más las horas trabajadas que los trabajadores. Esto solo puede ser porque cada trabajador ahora despliega una jornada más larga. Y por el lado de las remuneraciones se reporta un incremento de 0.2%, es decir, prácticamente nada. Así pues, la recuperación se traduce en jornadas más largas a cambio del mismo salario. Otra vez, la recuperación económica corre a costa de los trabajadores.
Los teóricos de la dependencia señalaban como uno de los rasgos más característicos de las economías periféricas que la producción nacional, su nivel y crecimiento, no depende de la capacidad interna de consumo. Es así porque la producción nacional de antemano está volcada al mercado mundial. Para poder acceder al mercado mundial en el que la competencia es feroz, la menor productividad, provocada por el rezago tecnológico del aparato productivo nacional, se compensa con peores condiciones laborales: jornadas de trabajo más largas, salarios pobres, y precarización general de la vida de los trabajadores. El consumo de una economía está determinado por la capacidad de compra de sus habitantes. Pero, en la medida en que la producción tiene como destino el mercado mundial, la demanda interna es irrelevante para la reproducción del capital. Esta hipótesis es relevante a la luz de los más recientes datos sobre la manufactura.
Es cierto que los gobiernos deben ser baluarte de optimismo para generar confianza y certeza en el funcionamiento de la economía porque las expectativas de los propietarios del capital son determinantes en sus decisiones de inversión, pero eso solo puede rendir frutos se conocen las dificultades y acciones concretas para superar los obstáculos. En cambio, en México el gobierno de la 4T que encabeza el presidente Andrés Manuel se llena y habla de optimismo basado en puro voluntarismo sin reconocer la realidad del país: celebra la recuperación confiando en libre actuar de los mercados, pero esconde quién paga los platos rotos.
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