MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Imperialismo y periodismo de Guerra. La prensa, instrumento de política imperialista

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Al terminar la Segunda Guerra Mundial, con una Europa convaleciente y Asia en plena reestructuración, Estados Unidos, cuya potencia había tomado forma desde la catástrofe de la Gran Guerra, se consolidaría como la nación hegemónica en el mundo entero. Inglaterra, la última nación imperialista, sería reemplazada por su versión más joven, más saludable y, sobre todo, más ad hoc con las nuevas circunstancias económicas.

Un país sin historia, sin los atavismo feudales y sin una aristocracia terrateniente negada a adaptarse a la nueva realidad, era ideal para encabezar una nueva fase del capitalismo, una fase necesariamente más voraz que su anterior versión colonialista. El advenimiento de Norteamérica como potencia económica sería confirmado formalmente por los tratados de Bretton Woods, en los que el Nuevo Orden Económico Internacional sería aceptado sumisamente por las viejas y rendidas potencias occidentales. De ahí en adelante, y sobre todo con el advenimiento del neoliberalismo, una fase todavía más rapaz del capitalismo, más allá de la Guerra Fría que sólo por un momento puso en predicamentos el Nuevo Orden, la hegemonía estadounidense fue casi absoluta.

Ahora bien, este recuento histórico se observa necesario si queremos comprender los acontecimientos que hoy sacuden Europa y mantienen la tensión al máximo de todas las naciones. Tal y como sucediera en 1945, el nuevo orden mundial se tambalea y el poder hegemónico del capitalismo occidental parece estar históricamente exhalando el último soplo de vida. Rusia y China, dos potencias en claro ascenso, ya no sólo compiten con el imperio en el terreno ideológico como lo hicieran durante la Guerra Fría o los movimientos sociales de la década de los sesenta.

Ahora se encuentran en una abierta y clara competencia en el terreno económico y militar. Estas potencias, que parecen constituir la diana de todas las críticas de la prensa, han mostrado capacidad para competir y desplazar al imperialismo norteamericano por un nuevo orden social, por una perspectiva y una forma de vida radicalmente distintas que, en muchos países, como el nuestro, no nos atreveríamos siquiera a imaginar.

En ese contexto, es en el que aparecen las rabiosas e iracundas críticas de la prensa que citamos líneas atrás; la difamación y la calumnia como forma de existencia son propias de un sistema al que la verdad ya no le basta, y que debe ocultar sus verdaderas intenciones por ser estas del todo irracionales. El capitalismo, que hace un siglo encabezara el tren de la historia, hoy pretende obligar a sus pasajeros a permanecer en él, a pesar de ir directamente al abismo. De ahí que la prensa busque obnubilar el juicio y deformar la realidad. Este papel de obediencia y sumisión no es, sin embargo, ni extraño ni novedoso, aunque sí sumamente criticable. Hace más de un siglo John Hobson, una de las figuras liberales de su época, en su Estudio sobre el Imperialismo, ponía en evidencia la influencia de las altas finanzas en la dirección de la opinión pública:

“La influencia directa –escribe Hobson– que los grandes círculos financieros ejercen en la ‘alta política’ se ve completada por la capacidad que tienen de dirigir la opinión pública valiéndose de la prensa, que en todos los países ‘civilizados’ se está convirtiendo cada vez más en obediente instrumento suyo.”

Esta obediencia, que hace a periodistas como Jeff Gerth, y a periódicos del prestigio de los arriba citados, abandonar todo principio moral y social, constituye hoy en día la razón de ser del otrora “cuarto poder”. «La máquina política es mercenaria precisamente por ser una máquina, y necesita ser preparada y lubricada constantemente por los miembros opulentos del partido; el operador de la máquina sabe quién le paga, y no puede oponerse al deseo de aquellos que son, de hecho, los patrones del partido y que pararían automáticamente la máquina si cerraran su monedero»

Así pues, es preciso descontaminarse de toda la basura mediática que por las redes y la televisión pretende inocular el sistema en cada uno de nosotros. Para ello no basta con desoír a la prensa y cerrar los ojos cuando alguien se atreve a prender el televisor; a estas alturas es ridículo intentar combatir la mentira huyendo de ella.

Es necesario armarse con información verídica, leer los medios que defienden la sensatez, cuyo eco es apagado por el ruido de la opinión pública oficial. Nuestro compromiso es con la verdad y, por ello, debemos buscar que ésta llegue a todas las mentes posibles, difundiéndola y reproduciéndose para que así, aunque sea en pequeña escala, cumplamos, en este sentido, con el papel que nos hemos impuesto de defender a la humanidad de la voracidad de un imperialismo en descomposición, pero dispuesto a morir sólo si entre sus garras fenece con él la humanidad entera.

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