Hace 56 años, un nueve de octubre, en una escuela rural de la comunidad de La Higuera, en Bolivia, fue ultimado Ernesto Guevara de la Serna: Che.
Cayó prisionero el ocho de octubre en la Quebrada del Yuro, una ladera de poca vegetación, herido, con su fusil dañado y agotado por la persecución de 200 rangers, mercenarios de élite bajo el mando de la CIA, a los que se enfrentaron dieciséis guerrilleros agotados por las jornadas que antecedieron a su último combate. Pasado el mediodía, se cumplió la orden de ejecutar al “Guerrillero Heroico”.
Originario de Rosario, Argentina, médico de profesión, empezó su andar por la América Latina y conoció la pobreza, la terrible pobreza en la que vivían, viven, millones de latinoamericanos. Su primer parada fue en 1953 en Guatemala, ahí fue testigo del golpe de estado en 1954, orquestado por la CIA (otra vez la CIA) y la United Fruit Company contra Jacobo Arbenz, un militar progresista y nacionalista que intentó una reforma agraria que permitiera sacar de la pobreza a su país.
En 1954 el Che llegó a Tapachula, Chiapas, como exiliado político. En México ejerció como fotógrafo, corresponsal de Agencia Latina, ayudante e investigador sobre alergias en el Hospital General, maestro adjunto en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
La propuesta para la asignatura de Fisiología ya no la llevó a cabo después de contactar con los cubanos del M-26, aunque se dio tiempo para escuchar la cátedra de economía del maestro Silva Herzog. El 25 de noviembre de 1956, zarpó de Tuxpan, Veracruz, en el yate Granma, junto a otros 81 combatientes, rumbo a Cuba; todos encabezados por los hermanos Castro, para iniciar la gesta heroica de la primera revolución socialista en América.
El cinco de diciembre, luego de seis días de travesía llegaron a Las Coloradas, y en Alegría de Pío recibieron su bautizo de fuego. Sólo diecisiete de los 82 combatientes sobrevivieron. Menos de veinte hombres iniciaron la epopeya revolucionaria en contra del dictador Fulgencio Batista, incluido el Che.
De ahí, a la Sierra Maestra, en las ciudades los movimientos en apoyo se sucedían; Frank País en Santiago de Cuba, por ejemplo. Fue en Santa Clara donde se graduó de comandante el Che Guevara, en un país que en 1960 lo acogió como su ciudadano; condición a la que renunció en 1965 para continuar su andar.
Ajeno a los homenajes, a la zalamería, cumplía sus funciones sin esperar nada a cambio. Cumplió sus deberes revolucionarios hasta el último instante de su vida: como voluntarista en la zafra, como Presidente del Banco de Cuba y Ministro de Industria, precursor del trabajo voluntario en una Centro Escolar en Caney de las Mercedes.
En su honor, los más pequeños, los Pioneros del Comunismo tienen como lema de trabajo “¡Seremos como el Che!”. Así, hasta 1965, cuando renunció a su condición de cubano, dijo: “Nada legal me ata a Cuba, sólo lazos de otra clase que no se pueden romper como los nombramientos”. Y continuó su andar en la búsqueda de un mundo mejor, como el caballero andante.
Debemos dejar a un lado la banalización que hicieron del Che, como si fuera una marca comercial, y quedarnos con el hombre de carne y hueso; el que “actuó como pensó”.
Su espíritu libertario lo llevó al Congo (1965), donde después del fallido levantamiento abandonó África, en los primeros días de 1966, para finalmente llegar a Bolivia e iniciar el levantamiento guerrillero que no contó, en los días definitivos, con el apoyo de los medrosos y traicioneros líderes comunistas.
Tras un año y diez meses de su llegada, su columna guerrillera fue emboscada por los Rangers de la CIA y el ejército títere, sometido y ejecutado en la Higuera, Bolivia, junto a Willy y Chino, en octubre de 1967. Nace la leyenda, el mito.
Hace muchos años, llegó a mis manos un libro: Ñancahuazú: la guerrilla del Che en Bolivia. Cómo llegó a mis manos, no lo recuerdo, lo que sí puedo asegurar es que fue este libro el que me acercó al Che.
No me he considerado fanático del “Guerrillero Heroico”; me parece que el fanatismo no era su causa. Lo considero un hombre ejemplar, sin lugar a dudas, particularmente por la consecuencia de sus pensar y actuar; algo tan difícil de encontrar en el hombre, contemporáneo o antiguo, y que sintetiza las virtudes del médico rosarino: El Hombre Nuevo.
Tampoco recuerdo el destino del libro y no lo he vuelto a encontrar. Por ese material “conocí” a la guerrillera Tamara Bunke (Tania) y al escritor Regis Debra. La primera fue la única mujer que acompañó al Che en su gesta en Bolivia, caída en combate. El segundo, un periodista de dudosa fidelidad a la causa guevarista, que se encontró con la columna guerrillera en las cercanías del Ñancahuazú.
La pobreza que conoció el Che por la América bolivariana no ha cambiado: la malaria, las enfermedades, el hambre, las viviendas miserables, la explotación de los recursos naturales, los gobiernos entreguistas al poder del imperio. La pobreza y la riqueza extremas, hijas naturales del capitalismo que combatió, aún se pasean por ahí con rastros de sangre y muerte.
Urge la construcción de un mundo nuevo; multipolar lo llaman ahora. Pero urge, antes que el imperio del dinero, de la economía global, el imperialismo haga reventar este hermoso mundo. Y para eso se requiere la formación del “hombre nuevo”, como dice el eslogan de la Antorcha Magisterial.
Para encontrar al Hombre Nuevo debemos sacar al Che, a Ernesto Guevara de la Serna, de las estampas, de los afiches, de las estatuas de bronce, de las fachadas, de la fabulosa imagen de Korda, del Cristo Guerrillero, del San Ernesto de la Higuera. Debemos dejar a un lado la banalización que hicieron de su persona, como si fuera una marca comercial, y quedarnos con el hombre de carne y hueso; el que “actuó como pensó”, como él mismo dijo a sus hijos en su carta de despedida.
Debemos quedarnos con la entrega y abnegación a una causa que hoy busca “brazos dispuestos, corazones sinceros y cerebros sin par”, para la construcción de un mundo nuevo, más justo y más equitativo: “Donde todos los seres tengan pan y vestido”. Quedarnos con el hombre que Fidel Castro dibujó: "Si queremos un modelo de hombre… ¡de corazón digo… ese modelo es el Che!”.
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