MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

¿El ser humano es egoísta por naturaleza?

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Lo primero que quiero señalar es que plantear así la pregunta es un poco tramposo. Digo esto porque la pregunta nos invita a establecer una relación directa entre un atributo social, el egoísmo, y la naturaleza humana, normalmente entendida como algo biológico e invariable. La trampa está en que la pregunta ya sugiere que respondamos con un sí o un no, pero no nos ayuda a cuestionar si la relación entre ambos términos se encuentra bien establecida.

Porque si el medio determina al ser humano y el ser humano puede transformar deliberadamente su medio, entonces, el ser humano se puede transformar a sí mismo.

En la historia del pensamiento ha habido muchas personas que han argumentado en uno u otro sentido. Hobbes diría que sí, que el ser humano es egoísta por naturaleza, mientras Rousseau diría lo contrario. Los darwinistas sociales, tergiversando a Darwin, dirían de nuevo que sí, que el ser humano es egoísta por naturaleza porque la evolución ha hecho que, en su “competencia por la supervivencia”, solo las especies más aptas permanezcan. Cabe aclarar que Darwin no dijo esto, al menos no de esta forma. Pero los darwinistas sociales tomaron la idea de la “selección natural”, en tanto “supervivencia del más apto” y, entonces, estipularon que esta ley, así como operaba para la naturaleza, operaba también para la sociedad. Desde esta perspectiva, los seres humanos son todos individuos egoístas y la sociedad es el lugar donde cada uno de ellos busca su éxito personal, compitiendo y luchando con los demás.

El problema aquí es que el darwinismo social se apresura a dar un salto mortal de las leyes naturales (tergiversadas) a las “leyes sociales”. Por eso es muy interesante el libro de Piotr Kropotkin titulado El apoyo mutuo: un factor de evolución (1970). En este libro, el naturalista ruso encontró que muchas especies animales se adaptaban y sobrevivían no solo por sus cualidades individuales como especie, sino por las relaciones de cooperación que establecían entre sí. De manera que la supervivencia no es pura y salvaje competencia, también es cooperación y apoyo mutuo. Con este descubrimiento se derrumba el de por sí endeble argumento de los darwinistas sociales.

Ahora bien, si entre otras especies es difícil decir si el “egoísmo” o la cooperación predominan en su “naturaleza”, ya que ambas están presentes, con los seres humanos es más complicado todavía. Esto es así porque el ser humano tiene una característica que no tienen los demás animales y es que este es capaz de cambiar su entorno deliberadamente mediante el trabajo. Esto es muy importante porque todos los animales están determinados por su entorno y todos ellos pueden llegar a transformarlo, pero lo hacen de manera mayormente accidental. El ser humano, en cambio, hace planes y proyectos para cambiar su entorno. Esto hace toda la diferencia. Porque si el medio determina al ser humano y el ser humano puede transformar deliberadamente su medio, entonces, el ser humano se puede transformar a sí mismo. Así y a lo largo de toda su historia, el ser humano se ha ido construyendo un entorno social nuevo, que no es natural sino cultural, y que determina casi todos los ámbitos de su vida.

Los empleos que tenemos, las ciudades en las que vivimos, las casas que habitamos, la comida que nos gusta, la música que bailamos, los deportes que practicamos, las películas que vemos, los libros que leemos, los celulares que usamos, el lenguaje que hablamos, la ropa que usamos, todos nuestros gustos, intereses y creencias. Éstas y muchas otras cosas son productos de ese entorno social. Nada de esto nos es dado directamente por nuestra biología, sino que es el resultado de nuestro desarrollo histórico.

Es muy importante tratar de dimensionar esto. Porque no se trata solo de las cosas que usamos. Es lo que somos: nuestras necesidades y capacidades, nuestras ideas, pensamiento y lenguaje, lo que nos gusta, nuestra manera de querer y odiar, nuestras formas de sentir y convivir con los demás. Todo eso también está marcado por nuestro contexto social y su historia. Por eso, no es lo mismo un individuo de la antigüedad que uno de la época prehispánica o del siglo XIX o que un individuo de nuestros días.

Dicho esto, quiero dar un paso atrás, a la idea de que el ser humano se transforma a sí mismo transformando su entorno mediante el trabajo. Esta idea no es mía ni mucho menos, sino de Karl Marx. Su concepto de ser humano es muy interesante, pero también algo complicado. Sin embargo, fue él quien planteó, con bastante precisión que el ser humano era, al mismo tiempo, (1) un ser viviente (con necesidades y capacidades en desarrollo, y que estaba en relación necesaria con su medio, con la naturaleza), (2) un ser sociable (que no solo convivía o coexistía con otras personas, sino que construía en conjunto su entorno social y dependía necesariamente de los demás, no solo para subsistir, sino también para humanizarse), y, (3) finalmente, un ser consciente (que era capaz de representarse el mundo, a sí mismo y que es capaz de conocer, innovar y crear).

Pero aquí es muy importante notar algo. Para Marx, ninguna de estas características es fija. Él no dice: el ser humano es bueno, malo, egoísta, altruista, noble, fiel, traicionero, arrogante, vanidoso, modesto, y así, de una vez y para siempre. Lo que Marx dice es que el ser humano tiene y desarrolla necesidades y capacidades, que tiene y desarrolla sus relaciones con las demás personas y que va avanzando en su conocimiento del mundo y de sí mismo. Para Marx el ser humano es un ser que cambia. ¿Y cuál es el motor de ese cambio? El trabajo. Y esto es así, precisamente, porque el trabajo es el medio con el que el ser humano se transforma a sí mismo transformando su entorno.

Por eso para Marx la economía, el modo de producción de cada periodo histórico, es la columna vertebral de la sociedad. Es el modo de producción el que determina, en última instancia, la manera en que las personas nos relacionaremos con la naturaleza y entre nosotras. Si el modo de producción subordina la producción de riquezas a la ganancia personal, y contaminar es más rentable en lo inmediato que crear industrias más ecológicas, entonces seguiremos contaminando. Si las empresas, para sobrevivir en el mercado, deben competir y mantener bajos los salarios de los trabajadores para elevar sus ganancias, y los trabajadores deben competir entre sí para tratar de alcanzar un empleo mínimamente digno o tan siquiera un empleo, entonces, será normal que entre nosotros prevalezca un espíritu de competencia y egoísmo. Y es difícil cambiar esto solo con buenas intenciones porque, finalmente, el modo de producción determina la manera en que subsistimos, la manera en que producimos y reproducimos nuestra vida y nuestros modos de vivir. Sin embargo, esto no quiere decir que los seres humanos seamos por naturaleza egoístas o que por naturaleza estemos condenados a destruir el medio ambiente.

Volviendo a la pregunta inicial, el “egoísmo” es un atributo moral y, por tanto, social e histórico. Es un producto de algunas de nuestras sociedades. Por eso, si buscamos, podremos encontrar ejemplos contrarios, donde las personas son capaces de sacrificarse abnegadamente por los demás. Por eso, si buscamos en la naturaleza, encontraremos que no todo es competencia salvaje, sino que también existe el apoyo mutuo. Y por eso mismo es que hay que tener cuidado cuando buscamos causas biológicas directas a fenómenos sociales, pues corremos el riesgo de creer que es inevitable lo que inevitablemente puede ser diferente.

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