Partiré del hecho de que el sistema económico que prevalece en nuestro país encierra grandes contradicciones que determinan la desigualdad social: por una parte, muy pocos que reciben y acaparan la mayor parte de la riqueza nacional, por otra, una inmensa mayoría de mexicanos viviendo con carencias elementales y de todo tipo. Esta contradicción real, tangible, explica otras contradicciones menos visibles y hasta disimuladas por su apariencia de filosofía de justicia social. Tal es el caso de lo que la sociedad burguesa denomina “igualdad de oportunidades”.
Desde la perspectiva del capitalismo, la justicia social es una cuestión moral, de compasión hacia los más pobres, una aspiración etérea a la que se llega, además de los programas sociales de gobierno, por la vía de la filantropía y la solidaridad de quienes poseen más y tienen la voluntad de ayudar a las clases menos favorecidas. Desde esa misma perspectiva, cualquier persona puede destacar, a pesar de las condiciones desiguales, sin importar su origen ni su raza, ni su sexo, porque en México existe la “libertad de oportunidades”, que consiste en ofrecer a todos, la posibilidad de ocupar mejores posiciones sociales en función del principio meritocrático.
Se trata, pues, de una competencia que, al tener ganadores y no ganadores, justifica la desigualdad social. Las inequidades se vuelven justas, pues la oportunidad para subir en la escala social estuvo abierta, pero esas posiciones son limitadas en la sociedad. El sentido de la justicia es que los hijos de los obreros tengan el mismo derecho de ocupar cargos directivos en las empresas o incluso a convertirse en empresarios exitosos, que los propios hijos de los directivos y empresarios, pero la igualdad de oportunidades no toma en cuenta la brecha que existe entre las posibilidades de alimentación, educación, salubridad que hay entre los hijos de los obreros y los hijos de los directivos. “La realidad no se ve igual desde un palacio que desde una choza”, dijo alguna vez Federico Engels.
En el mismo sentido, la igualdad de oportunidades, entendida como lo hemos descrito aquí, opera hacia las minorías étnicas y en la cuestión de la paridad de género en todas las actividades profesionales en las que las mujeres toman parte. Ni los ingresos son equitativos al trabajo masculino, ni el crecimiento social es para todas. Oportunidades, sí, pero solo para unos cuantos de manera selectiva con un modelo que deja fuera a la gran mayoría por su status económico, académico y cultural.
Los hechos de violencia en meses pasados en Guanajuato, Jalisco, Chihuahua y Baja California, exhiben los bordes externos de ese modelo de inequidad en el que unos pocos logran posiciones privilegiadas, mientras el sistema social deja en el desamparo a la gran mayoría, por eso no es raro leer que aumentan los índices en materia de inseguridad, vengan de la delincuencia organizada o común, pues las actividades ilícitas son el refugio para muchos de aquellos que no se benefician con esa “igualdad de oportunidades”.
El Movimiento Antorchista lucha, desde hace 48 años, para lograr una vida digna para todos los mexicanos, no solo para unos cuantos. Nuestro esfuerzo diario es para lograr una sociedad más equitativa en la que todos los mexicanos tengan trabajo bien remunerado, un ingreso seguro en función de su trabajo y no de su origen social, en la que el progreso dependa del esfuerzo colectivo y por lo tanto no sea selectivo, por lo mismo, en esa sociedad no sería necesaria esa “igualdad de oportunidades”.
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