Si bien es cierto que el sistema económico y político en el que vivimos no tiene como prioridad brindar a la clase trabajadora una educación de calidad que permita a los niños y jóvenes desarrollar ampliamente todas sus capacidades, reduciéndolo a formarse solamente como mano de obra para el gran capital, también es cierto que ese mecanismo de enseñanza puede, en buena medida, ser modificado si la intervención de los docentes tiene un carácter crítico y político, enfocado a la emancipación de la clase proletaria.
El maestro debe educarse a sí mismo para poder educar políticamente a su comunidad y transformarla desde sus propias condiciones materiales.
Por un lado, el Estado, ese mismo que sirve de instrumento a los dueños del capital para reprimir a la clase trabajadora, es quien forma a los docentes que, en un futuro, tienen la tarea de formar nuevos docentes. Sin embargo, en esa reproducción del modelo de educación, los docentes mismos, muchas veces sin darse cuenta, ignoran que ellos también son víctimas relegadas a ser obreros de la educación por parte del sistema.
Por tanto, es menester que los maestros tomen conciencia de la relevancia de su papel en este ciclo y, sólo así, podrán cambiarlo al educar a los niños y jóvenes con una formación crítica, científica, popular, para forjar a los hombres que mañana puedan dirigir el destino de nuestra sociedad hacia un derrotero más justo para todos, donde las personas puedan vivir dignamente: tengan empleo, un salario digno, salud, vivienda, alimentación, entre otras muchas necesidades que el hombre debe satisfacer para tener una vida con decoro.
Es aquí donde el docente debe volver a su papel de guía, de educador, no sólo de los alumnos en las aulas, sino de todos los hombres y mujeres de su comunidad, para que juntos, de forma colectiva, luchen por transformar sus condiciones materiales inmediatas y puedan vivir mejor. Y no limitarse a ello, sino ir más allá: explicarles cómo está estructurada la sociedad actual, cómo y por qué funciona así.
Para ello, debe armarse con la teoría materialista dialéctica, la única arma que puede explicar científicamente nuestra realidad para que podamos entenderla y transformarla.
Quizá para algunos maestros baste con cubrir sus horas asignadas frente a su grupo, pero para muchos otros eso es meramente insuficiente, porque padecen en carne propia las carencias de la clase trabajadora: tienen un salario de hambre, sus aulas carecen de condiciones materiales, no hay espacios culturales ni deportivos, muchas veces ni con servicios básicos cuenta su escuela o, en el peor de los casos, tienen aulas improvisadas. En un primer término, eso ayuda, pero hay que ir más allá, decíamos líneas arriba, hay que retomar el papel de educador del pueblo al que pertenece.
En ese camino por educarse a sí mismo, podrá darse cuenta de la necesidad de organizar y educar políticamente a su comunidad para transformar nuestra nación, donde los empresarios se quedan con la inmensa mayoría de la riqueza social, en una donde esa riqueza se distribuya equitativamente, con un enfoque social que permita al pueblo trabajador salir del atraso en el que se encuentra.
¿Y quiénes van a encabezar esa transformación? Los niños y jóvenes que desde ahora formen los maestros como hombres nuevos, que con su guía puedan potencializar y desplegar todas sus virtudes y habilidades no sólo en el terreno académico, sino también en el científico, cultural, deportivo y político, para que, como hombres solidarios y fraternos, tomen partido por sus hermanos de clase, el pueblo trabajador.
Eso es lo que nuestra sociedad, el pueblo de México, requiere con urgencia. Y para lograrlo, será de mucha ayuda que los maestros no se vean sólo como un engranaje de un aparato burocrático, sino como un ente de transformación social, y vuelvan a su papel de educador revolucionario. El proletariado de México sabrá agradecerlo y reconocerlo.
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