MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Educación y sociedad (III/III)

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*Realidad y porvenir del sistema educativo mexicano.

Al analizar el sistema educativo mexicano, al pretender desentrañar una realidad de la que somos parte, debemos, porque así lo exige un análisis crítico de lo concreto, actuar con objetividad y realismo, más allá de filias y de fobias.

La verdad es siempre revolucionaria, no debemos, por lo tanto, afectarla o encubrirla con afiches subjetivos; con ello sólo estaremos deformándola y el sentido de nuestro análisis se perdería convirtiéndose en consigna, perdiendo todo contenido teórico. Así pues, no nos fijemos en los hombres, en los partidos o en las intenciones, interroguemos los resultados.

Partiendo de la primera premisa expuesta en este análisis, a saber, que la condición básica para educarse es contar con las condiciones materiales necesarias, tanto en lo personal como en lo social; es decir, en la casa como en el aula, debemos, consecuentemente, destacar en primer plano esta realidad en la sociedad nacional. Todos aquellos que tienen metidas las manos, las narices y los intereses en el nuevo plan educativo deberían antes considerar que en México más de 55 millones de personas (según datos oficiales, la realidad es que en México hay casi cien millones de pobres) viven en situación de pobreza; que 40 por ciento de los niños que deberían acudir a los niveles básicos de educación forman parte de este olvidado sector de la población.

También deberían saber que, en sólo un ciclo escolar, más de un millón de estudiantes abandonaron la escuela porque se quedaron ante la fatal disyuntiva de estudiar o morirse de hambre; que en México los profesores son uno de los sectores peor remunerados, llegando a ganar, en muchos casos, apenas cuatro mil pesos mensuales, lo que tiene como consecuencia que a un tercio no le alcance siquiera para la canasta básica. Si a eso sumamos el estado de descomposición social en el que la violencia es el pan de cada día de la gran mayoría de los mexicanos, las cosas se revelan verdaderamente tétricas: en los primeros seis meses del año asesinaron a 1,272 niños.

No quiero extenderme en la explicación cuantitativa de nuestra realidad. Es clara por su propia existencia, y cada día es más difícil esconderla y maquillarla. La muerte ha encontrado en nuestro país un centro de diversiones en el que la pobreza se agazapa detrás de todas las causas aparentes. ¿Pueden los jóvenes, los padres y los profesores, pensar en la ciencia y el arte si no pueden antes quitarse de la cabeza las terribles preocupaciones cotidianas y materiales? Si no se dan estas condiciones todo plan será letra muerta.

Ahora bien, no sólo existe el problema material; acerquémonos al sistema, al contenido del plan que se pretende imponer en las escuelas. A la segunda premisa planteada en este análisis: la relación entre enseñanza e ideología. Según la propuesta cuatroteísta, la educación debe reformarse en México para perder su carácter neoliberal, aseverando que el actual sistema educativo prepara perfiles neoliberales, mientras que con la nueva reforma se privilegiarán el humanismo y el comunitarismo.

Es cierto, y sería una burda tozudez negarlo, que el carácter ideológico de la educación en México, como en la mayoría de los países del mundo, tiene el sesgo neoliberal; que desde hace décadas se enseña con la intención de hacer obedecer y reproducir en nuestra conciencia los intereses de la clase en el poder. Concediendo esto al planteamiento morenista, es decir, coincidiendo en la existencia del problema, muy lejos estamos de coincidir en la solución al mismo; todo lo más, creemos que la salida propuesta agrava y empeora la realidad educativa. Es el remedio del médico a palos que, para aliviar el dolor de cabeza, propone al paciente que se la corten.

Según el plan educativo morenista, ahora, en lugar de priorizar las ciencias exactas y el conocimiento científico del mundo, que es el que le ha permitido al hombre dirigir las fuerzas de la naturaleza e imitarlas en las grandes creaciones tecnológicas, se educará a partir de la premisa de que la comunidad como fuente de conocimiento; es decir, se dará a las tradiciones ancestrales e indígenas de México la misma preponderancia en el conocimiento que a las verdades que a la humanidad le ha costado milenios alcanzar. El conocimiento científico es desplazado por el anticolonialismo.

La propuesta morenista no ha logrado distinguir lo que en el apartado anterior hemos planteado: la diferencia entre conocimiento e ideología. Con la intención de despojar de todo rasgo neoliberal a la educación la están despojando también de su esencia, dejando únicamente el hueco cascarón ideológico. Los jóvenes podrán ahora egresar de la escuela sin tener conocimiento alguno, pero con un orgullo nacional y un odio hacia los conquistadores que más allá de la simple consigna, no les servirá absolutamente de nada.

Ese regreso al pasado, ese esperar disculpas del conquistador de antaño pretendiendo con ello remediar los problemas actuales es una farsa, una puesta en escena que al poder le ha servido para perpetuarse en la conciencia de las masas. No se trata de regresar al pasado sino de aprenderlo para cambiar el presente; no queremos el perdón de los conquistadores de otrora, sino la liberación del opresor de hoy a quien, dicho sea de paso, se le halaga hasta la ignominia. ¿De qué nos sirve poner en práctica las tradiciones antiguas cuando, más allá de la recuperación cultural es necesaria la integración de todos esos pueblos y minorías cuya reivindicación no se haya en recuperar el sentido común de hace 500 años, superado por una modernidad implacable, sino en la mejora de sus condiciones materiales y sociales?

Una verdadera reforma educativa comenzaría por reivindicar materialmente la realidad, garantizando en las escuelas todas las condiciones básicas; otorgando a los estudiantes alimentación gratuita, ayudando a las familias con el cuidado y formación de sus hijos con escuelas de tiempo completo (mismas que ahora el morenismo eliminó), haciendo gratuitos los libros, uniformes y todo tipo de enseres necesarios para la enseñanza; asegurando salarios dignos a los profesores concediéndoles el lugar preponderante que les corresponde en la sociedad como los arquitectos de las nuevas generaciones y, sobre todo, reeducando al educador, no juzgándolo por su ignorancia, sino reformando la misma enseñanza que a él se le da.

Una vez garantizadas estas condiciones, deberá pensarse en lo que se debe enseñar: es una tontería, por decir poco, forjar una utopía absurda en los jóvenes en lugar de educarlos en el camino de la ciencia. La verdad no depende de la perspectiva y es la única herramienta de transformación posible.

Debe educarse con ciencia en todas las áreas; necesitamos en México verdaderos científicos sociales a los que no se les enseñen verdades espurias sino el camino de adquirir conocimiento por sí mismos a través de la filosofía, la historia, la economía, etc. Educarlos en el conocimiento y práctica de las artes no sólo para aquellos que puedan y quieran dedicarse a ello, sino como la única manera posible de crecimiento espiritual; así realmente se combatiría la propaganda neoliberal y no al son de un himno ancestral entre humo y copal.

Finalmente, educarlos con sentido crítico ante los problemas políticos; hacerlos conscientes de la raíz de la desigualdad y creando en ellos el espíritu transformador sin el cual su personalidad se vería atrofiada y a la postre víctima del mundo que desconocen. Formar políticos desde la niñez es la única manera de evitar que, en un futuro, sean tan fácilmente manipulables y engañados como hoy lo es la gran mayoría de nuestro pueblo. El plan educativo propuesto por el morenismo es, en síntesis, sólo una propuesta doctrinaria más, una nueva forma a mediano plazo de garantizar votos, único sentido de absolutamente todas las reformas que han echado a andar. Para el cuatroteísmo, la educación se puede entender con esa definición de despotismo dada por Montesquieu hace más de un siglo: «Como el salvaje, abate el árbol para alcanzar sus frutos».

 
 

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