Han pasado ya algunos días desde la jornada electoral del 6 de junio; sin embargo, no se puede conciliar la tranquilidad en la conciencia de los que realmente le apostamos a un verdadero cambio en la conducción de la política económica y social de nuestro país.
En la pasada elección de junio, la intervención del Estado para comprar votos, a través de sus programas sociales o de forma directa, es inocultable, el Gobierno federal metió las manos para mantenerse en el poder. Operó con los funcionarios que trabajan en las dependencias federales, principalmente, los servidores de la nación, utilizando el poder que tienen y coaccionando el voto de los ciudadanos que tengan el beneficio de un programa federal.
Y, sin embargo, aunque perdió millones de votos, el Gobierno morenista de López Obrador se mantiene a flote, por lo cual no esperamos ninguna rectificación en su forma de hacer política porque con los resultados a nivel nacional lo ve como una ratificación a su gobierno y a su partido.
Los aliancistas que conformaron los partidos del PAN, PRI, PRD, hicieron acuerdos para lanzarse en la plataforma de los partidos sin ver lo que la sociedad necesita y no se tomaron en serio la necesidad de lanzar un nuevo proyecto de país, para combatir en serio los gravísimos problemas nacionales, la falta de empleos para todos y bien remunerados, promover una reforma fiscal que se base en los ingresos, para que se paguen de manera más justa.
Según datos de la encuesta Democracia sin pobreza 2018 “nueve millones de mexicanos aceptaron vender su voto a un partido político en la jornada electoral del 1 de julio”. Este fenómeno seguirá repitiéndose elecciones tras elecciones mientras la sociedad mexicana no esté educada y politizada.
De manera paulatina, la desconfianza y la decepción hacia al gobierno y su partido crece cada día y con mucha razón porque parece que el gobierno de la 4T quiere resolver los problemas tan añejas con unas tarjetas sin tomar en cuenta que lo que ocupa la gente es que se resuelva su agua potable, el drenaje de su colonia, la pavimentación y apoyos concretos hacia los campesinos que todavía producen la tierra como fertilizantes, semillas para su producción y equipamiento a sus herramientas de trabajo, porque el pueblo no vive de limosnas sino trabajando todos días para ganarse el pan para su familia.
Los programas que pregona el gobierno de López Obrador son paliativos que no resuelve la pobreza histórica que existe en nuestro país. Los pobres necesitamos organizarnos para pelear y exigir que nuestros impuestos sean aplicados en nuestras necesidades concretas en colonias y pueblos.
Es indispensable un gobierno verdaderamente salido del pueblo, que obligue a que paguen más impuestos los que ganan más, impuestos que debe ser utilizado en obras y servicios para los que menos tienen, tales como vivienda, escuelas, centros recreativos, hospitales; un gobierno que garantice el empleo a todas las personas que estén en edad de trabajar, con un salario digno, suficiente para satisfacer todas las necesidades del trabajador y su familia.
Los mexicanos necesitan organizarse y formar un verdadero partido de la clase pobre. Antorcha lo está construyendo, con dificultades, pero es la única organización que trabaja los 365 días del año para concientizar y preparar al pueblo para tomar el poder, una tarea inmensa que se ha echado a cuestas, pero es necesario y urgente.
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