La democracia es el sistema político en el que, según la teoría, la elección de las autoridades se deja en manos de los ciudadanos. Este sistema se concreta en los periodos electorales, cuando unos ciudadanos le brindan su confianza a otros ciudadanos para que los representen en los diferentes niveles de gobierno.
El pasado 6 de junio, con la disputa de los partidos políticos renovaron 15 gubernaturas, la Cámara de Diputados federal, 30 congresos locales y 1,900 ayuntamientos, lo que nos da la suma de 21,368 cargos públicos. Todos dicen que fue la elección más numerosa de la historia del país.
Todo el proceso debería ser motivo de fiesta nacional, no solamente porque se refrendaría el carácter democrático del país, sino porque estaríamos ofreciendo a nuestra niñez y juventud un ejemplo vivo de cómo se debe convivir en la pluralidad. ¡Qué mejor ejemplo a las nuevas generaciones para que ellos también aprendan a convivir con sus semejantes!
Pero, hasta ahora, nuestro sistema democrático adolece de diversas fallas, entre otras, que se abren las puertas a individuos que sólo buscan vivir y enriquecerse con el presupuesto nacional. Para eso, no dudan en violentar, amenazar, engañar, comprar conciencias; en fin, no dudan en trastocar la ley para hacerse con el poder. El resultado es desconfianza y violencia exacerbada.
En el caso de las pasadas elecciones, hubo 782 agresiones (secuestros, golpizas, amenazas), de las cuales 89 terminaron en asesinatos, 35 de ellos eran candidatos.
No solamente se trató de agresiones físicas, que ya es mucho decir. Los ataques a la democracia tuvieron diversos puntos de origen, cada uno fue como el eslabón de una larga cadena de acciones deshonestas. Los más visibles son cuatro.
Uno. Creación de una base de votantes cautivos a favor de Morena, en la que están incluidos, según reporte del Inegi, alrededor de 8 millones 750 mil hogares, unos 35 millones de ciudadanos, a los que periódicamente se les entrega dinero público, bajo el nombre de “programas sociales de apoyo económico”.
Estos votantes cautivos incluyen adultos mayores de 68 años y estudiantes, a los cuales se les entrega dinero en efectivo. El plan funcionó muy bien para los propósitos electorales del presidente y su partido, pues sus “servidores de la nación”, casa por casa, amenazaron: si pierde Morena, pierden el dinero.
Dos. Compra de votos. Por más que el presidente presuma que su partido es sólo pureza y honestidad, lo cierto es que repartió dinero en todo el país, sobre todo ahí en donde vive la gente más humilde. Se buscó a los líderes que tienen alguna base social y se les pagó por cada votante a favor del partido oficial. En todas las redes circulan denuncias en videos, muchos elaborados por los mismos “líderes”, a quienes no se les pagó lo convenido.
Tres. Turismo electoral. Miles de personas seleccionadas, se registraron como ciudadanos de municipios que Morena pretendía ganar a toda costa; estos fueron los casos de Chimalhuacán e Ixtapaluca, en el Estado de México.
Cuatro. Violencia y triquiñuelas del INE y sus pares estatales. Tratando de desalentar a los votantes, miles de casillas se abrieron con horas de atraso; robo y quema de boletas y urnas completas; balazos; secuestros de candidatos, etc., etc., etc.
Como dije antes, el sistema democrático es noble teóricamente, porque permite la participación de la mayoría. Y lo deseable es que cada proceso se convierta en una fiesta democrática, una verdadera clase de civismo para niños y adolescentes, que son quienes nos habrán de sustituir. Ellos deberían aprender que la política es necesaria y buena, y es un juego limpio.
Pero, en lugar de eso, aprenden que la política es un juego sucio; que ahí participan los vivales, los que buscan enriquecerse de forma ilegítima. Aprenden que, para ganar, el camino es la compra de conciencias aprovechando la miseria en que viven millones y, en el peor de los casos, aprenden que, para llegar al poder, el otro camino es la violencia, que incluye golpes, disparos y hasta asesinatos.
La mejor escuela es la vida misma. Los ejemplos vivos. Y eso son las elecciones. Si queremos legar a nuestros hijos una patria pacífica, es tiempo de que vayamos pensando mejor lo que estamos haciendo con nuestra democracia.
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