MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

CUENTO | Una nueva versión de “El flautista de Hamelin”

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Hace mucho, mucho tiempo, existía un país llamado México. Era próspero, lleno de montañas, ríos, selvas, desiertos, playas y puertos. Era una nación admirada por todo el mundo, rodeada de dos litorales de playas bellísimas y prósperos puertos en donde se comercializaban todo tipo de mercancías; de grandes montañas y nevados volcanes, de inmensos e imponentes desiertos, de largos y caudalosos ríos, de impenetrables selvas.

En fin, de todo lo que se pudiera desear en términos de geografía, con grupos ancestrales de las que todavía perduraban 68 grupos indígenas, todos de arraigada cultura con distintas lenguas, vestidos, músicas y danzas. Otro tanto se podría decir de los grupos mestizos y de distintas razas que convivían en este país.

De estos habitantes, algunos vivían felices, otros medianamente felices y otros (la mayoría) verdaderamente infelices, aunque todos dormían casi igual; si de sueños verdaderamente hablamos, pero, si de dormirse políticamente hablamos, resulta que muchos andaban dormidos.

El problema fue que un día empezaron a surgir, por todos lados, cientos de ratas, miles de ratas. Cierto que para que el cuento no parezca tan simple, dichas ratas no pudieron surgir por generación espontánea y tiene que suponerse que, en realidad, estaban ocultas, como la mayoría de las ratas, en los lugares en donde no se les viera tan abiertamente.

Quizás lo que ocurrió fue que cansadas de ocultarse decidieron mostrarse tal y como eran; es decir, dejaron de practicar la simulación o que simplemente se volvieron más cínicas y descaradas, lo cual resulta más obvio, pues una rata es una rata y no va a dejar de serlo tanto si se oculta o no.

Quizás también haya ocurrido que habían crecido tanto y eran tan ambiciosas que decidieron que podían exhibirse ante todo el público sin temor a persecución de ningún tipo. Lo cierto es que el país se vio totalmente infectado por estos roedores. No había oficina en la que no se encontrara una rata; es más, en cada oficina había muchas.

La situación era tan terrible que todos coincidían que había que criar, comprar y hasta importar gatos para que acabaran con las dichosas ratas. Se compraron y aplicaron trampas, ratoneras, leyes, exorcismos, sanciones y hasta condenas morales, pero no sirvió de nada. Las ratas eran cada vez más y más.

En medio de esta situación, ahí por 2011, surgió en México un hablador que aseguró que sería capaz de limpiar al país de ratas.

Por muchos fue cuestionado.

-          ¿Verdaderamente puedes y quieres hacerlo?

-          Por supuesto. Pero a cambio pido mil monedas de oro o la presidencia de la república, que casi es lo mismo.

-          No os preocupéis. Si lo conseguís tendrás más de un millón o la presidencia que pides.

El hablador se fue a las plazas de los pueblos, consiguió sonidos para hacerse escuchar y empezó a hablar, hablar, hablar y a prometer. Cuando las ratas lo escucharon se dieron cuenta de que ese era de los suyos y que, aunque hablara y prometiera cosas buenas y nobles, en realidad iba a dejar que siguieran siendo ratas y que hasta iban a engordar mejor con él. Y comenzaron a salir, a acudir con él de todos los rincones del país.

Cosa curiosa y notable, casi difícil de creer, pero cierta, fue que, por razones desconocidas o quizás sólo por razón de conveniencia, estas ratas eran multicolores, azules, amarillas, verdes, guindas y hasta tricolores. Pero, independientemente del color que tuvieran, esas cientos y cientos, miles de ratas comenzaron a seguirlo, a recorrer todos los pueblos y ciudades.

El hablador continuó caminando hasta llegar a la presidencia de la república y ahí se detuvo, pero continuó hablando. Las ratas estaban tan entusiasmadas que sin venir al caso y sin saber por qué gritaban desaforadas: “es un honor robar con el ladrón”, creo que así decían, ¿no?

El hablador, estaba consciente de que no podía dejar de hacerlo y de que si les fallaba a las ratas que lo habían acompañado no se la iban a van a perdonar, por lo tanto, siguió hablando con más fuerza y de tanta verborrea, tiempo y promesas, los niños, grandes y pequeños, se quedaron sin estancias infantiles, sin medicinas, sobre todo los niños con cáncer.

Por esa razón a muchos de esos niños de México nunca se los volverá a ver.

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