Vino la noche. Las obscuras sombras
como un paño de luto descendieron
sobre los tristes campos de la tierra
y a mi alma entre sus pliegues envolvieron.
La tenebrosa calma
que por aquella estancia se extendía,
menos triste a mis ojos parecía
que la desierta soledad de mi alma.
¡Qué horrible noche! De mi triste vida
la historia sin consuelo,
ella vino a cerrar entre sus sombras
con un negro paréntesis de duelo.
En medio a las tinieblas de esa noche
crecieron sin cesar las penas mías,
porque en tu triste lecho de amargura
¡madre del corazón, tú te morías!
¡Volaste a Dios sin que mis ojos vieran
la última luz que iluminó tus ojos!...
En tu lenta agonía,
¿por qué, por qué no pude
estrecharte en mis brazos, madre mía,
y recoger el último lamento
Que de tu yerto corazón salía?...
Cuando más de tu amor necesitaba,
la mano de la muerte adusta y fiera
a este mundo tus parpados cerraba
¡y te dejó morir sin que te viera!
Yo sé bien, madre mía,
que dejaste este valle de dolores
porque quisiste hallar otra morada
donde velar mejor por tus amores.
Ya sé que eres un ángel que en la noche,
cuando al alma inmortal nada importuna,
me envías desde el cielo tus miradas
en los pálidos rayos de la luna.
Ya sé que estás en esa altura inmensa
donde no llega de la vida el dolo...,
pero ¡es tan triste atravesar el mundo
abandonado y solo..., siempre solo!
¿No sabías que un ser aquí dejabas
abandonado a la desdicha suya,
y que al volar al cielo te llevabas
un pedazo de su alma con la tuya?
¿Acaso no sabías que en el mundo,
donde la mano del dolor nos hiere,
cuando seguimos solos el camino
desamparado el corazón se muere?...
¡Ay sí!... Pero la sed de lo infinito
en alas de la fe te llevó al cielo
sin escuchar mi lastimero grito.
Si me quejo aunque sepa
que gozas ya de la celeste calma,
es que no puedo más, porque padezco
y tengo henchida de dolor el alma.
Lloro porque al perderte para siempre
mi único bien sobre la tierra pierdo;
¡hoy va a buscar el alma tus caricias
en el mundo encantado del recuerdo!
Porque mi corazón te necesita
para decirte, madre,
esta pena infinita
que mata la existencia de mi padre,
dos veces para mí cara y bendita.
Lloro porque comprendo
que ya nadie en la vida
como tú me amará, madre querida,
y porque en mi alma vienen los recuerdos
de aquellos días de mi infancia loca,
hoy que aún siento mi frente humedecida
con el último beso de tu boca.
Ya jamás te veré...La tumba fría
puso su antro de sombras
entre tu alma y la mía.
Sin verte seguiré por la existencia
guardando con ternura indefinible
la luz de tu recuerdo en mi conciencia.
Pero, ¡ay!, en medio de la pena horrible
que el corazón despedazado siente,
¿qué haré cuando mis ojos no te miren,
y no sienta tus besos en mi frente?
¡Adiós!... ¡Por siempre adiós!... El alma herida,
al exhalar su queja dolorida
en medio de las penas más atroces,
se despide de ti, madre querida,
con el más triste adiós de los adioses.
Sé que la negra ausencia
que de ti me separa, madre mía,
ha de acabar un día,
porque no será eterna mi existencia.
Este será el consuelo
que me queda en el mundo fementido,
porque al lanzar tu postrimer gemido
me citaste, mi madre, para el cielo...
Yo viviré llorando tu partida
en el triste abandono de la vida,
y en medio a mi existencia borrascosa,
cuando quiera encontrar ventura y calma,
¡mi llanto verteré sobre tu fosa
como tú lo vertiste sobre mi alma!