MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

POESÍAS

Poesía

A mi Madre

Manuel José Othón
Declama: Donato Márquez

Vino la noche. Las obscuras sombras

como un paño de luto descendieron

sobre los tristes campos de la tierra

y a mi alma entre sus pliegues envolvieron.

La tenebrosa calma

que por aquella estancia se extendía,

menos triste a mis ojos parecía

que la desierta soledad de mi alma.

 

¡Qué horrible noche! De mi triste vida

la historia sin consuelo,

ella vino a cerrar entre sus sombras

con un negro paréntesis de duelo.

En medio a las tinieblas de esa noche

crecieron sin cesar las penas mías,

porque en tu triste lecho de amargura

¡madre del corazón, tú te morías!

 

¡Volaste a Dios sin que mis ojos vieran

la última luz que iluminó tus ojos!...

En tu lenta agonía,

¿por qué, por qué no pude

estrecharte en mis brazos, madre mía,

y recoger el último lamento

Que de tu yerto corazón salía?...

Cuando más de tu amor necesitaba,

la mano de la muerte adusta y fiera

a este mundo tus parpados cerraba

¡y te dejó morir sin que te viera!

 

Yo sé bien, madre mía,

que dejaste este valle de dolores

porque quisiste hallar otra morada

donde velar mejor por tus amores.

Ya sé que eres un ángel que en la noche,

cuando al alma inmortal nada importuna,

me envías desde el cielo tus miradas

en los pálidos rayos de la luna.

Ya sé que estás en esa altura inmensa

donde no llega de la vida el dolo...,

pero ¡es tan triste atravesar el mundo

abandonado y solo..., siempre solo!

 

¿No sabías que un ser aquí dejabas

abandonado a la desdicha suya,

y que al volar al cielo te llevabas

un pedazo de su alma con la tuya?

¿Acaso no sabías que en el mundo,

donde la mano del dolor nos hiere,

cuando seguimos solos el camino

desamparado el corazón se muere?...

 

¡Ay sí!... Pero la sed de lo infinito

en alas de la fe te llevó al cielo

sin escuchar mi lastimero grito.

 

Si me quejo aunque sepa

que gozas ya de la celeste calma,

es que no puedo más, porque padezco

y tengo henchida de dolor el alma.

Lloro porque al perderte para siempre

mi único bien sobre la tierra pierdo;

¡hoy va a buscar el alma tus caricias

en el mundo encantado del recuerdo!

Porque mi corazón te necesita

para decirte, madre,

esta pena infinita

que mata la existencia de mi padre,

dos veces para mí cara y bendita.

Lloro porque comprendo

que ya nadie en la vida

como tú me amará, madre querida,

y porque en mi alma vienen los recuerdos

de aquellos días de mi infancia loca,

hoy que aún siento mi frente humedecida

con el último beso de tu boca.

 

Ya jamás te veré...La tumba fría

puso su antro de sombras

entre tu alma y la mía.

Sin verte seguiré por la existencia

guardando con ternura indefinible

la luz de tu recuerdo en mi conciencia.

Pero, ¡ay!, en medio de la pena horrible

que el corazón despedazado siente,

¿qué haré cuando mis ojos no te miren,

y no sienta tus besos en mi frente?

 

¡Adiós!... ¡Por siempre adiós!... El alma herida,

al exhalar su queja dolorida

en medio de las penas más atroces,

se despide de ti, madre querida,

con el más triste adiós de los adioses.

 

Sé que la negra ausencia

que de ti me separa, madre mía,

ha de acabar un día,

porque no será eterna mi existencia.

Este será el consuelo

que me queda en el mundo fementido,

porque al lanzar tu postrimer gemido

me citaste, mi madre, para el cielo...

 

Yo viviré llorando tu partida

en el triste abandono de la vida,

y en medio a mi existencia borrascosa,

cuando quiera encontrar ventura y calma,

¡mi llanto verteré sobre tu fosa

como tú lo vertiste sobre mi alma!