Voz ahogada entre gritos de tormenta, vuelve a ti,
juventud, tras lucha cruenta
por soñar de niñez, los tiempos idos,
por soñar la ilusión apetecida,
que imaginé piadosa, a mis sentidos,
más grato el suspirar de los boscajes,
más rayos de oro en las mañanas bellas,
más dulce el trovador de los ramajes,
más hermoso el matiz de los celajes
y más clara la luz de las estrellas.
¿A dónde ha de volver la gota de agua,
que escapada del cauce fue rocío
y fue savia y fue lágrima y fue lluvia,
si no a ser onda nueva sobre el río?
¿A dónde ha de volver el aguilucho,
que por oír extrañas, melodías
fue al huracán y quebrantó sus alas,
voló a las cumbres y quedó aterido,
si no al peñón donde mejores días
por vez primera suspendió su nido?
Y vuelvo de termóphila sangriento,
vuelvo a ti del combate del camino
donde gota de océano, fue tormenta
y, ala batiendo el aire torbellino.
Heraldo de la liza mensajero
de la lucha tenaz de las ideas,
traigo bajo mi escudo de guerrero
(para tu anhelo grande, venturoso
que perfuma la flor de la esperanza
y que la hora de marchar espera)
la ilusión del ideal hecha bandera
y la pluma impertérrita hecha lanza.
Juventud, al combate, al nuevo día,
la luz de otra mañana,
nos hallará muy lejos de la escuela
donde, por cuya gótica ventana
festonada con verde enredadera,
el himno de la vida entró sonoro
y el sol envió su luz en polvo de oro
por sobre la azabache primavera.
Juventud, al combate, que es preciso
dejar este risueño paraíso;
gigante y no pigmeo
hay que ser de la vida ante el topacio;
¡caballeros andantes, al torneo,
águilas solitarias, al espacio!
El futuro te espera y con sus flores
perfumará tus íntimos dolores;
es tuyo el porvenir, tuyo el mañana
de senda larga y dura y escabrosa...
¡Juventud!, al combate, ya es la hora:
¡Capullo perfumado, brota rosa,
tiniebla de la noche, surge aurora.