Si perdemos la capacidad de estremecernos ante el dolor humano, todo se habrá perdido. Es muy cierto que la pudrición del modo capitalista lo pudre todo a su alrededor y que, por tanto, estamos hundidos en acontecimientos espantosos que se renuevan y compiten en atrocidad. Kabul: ataque del Estado Islámico contra una manifestación pacífica de la etnia hazara deja 80 muertos y 231 heridos; Niza: un camión embiste a una multitud y deja 84 muertos; Dacca: 28 muertos, la mayoría de ellos, acuchillados; Estambul, en el aeropuerto Ataturk: 44 muertos y 239 heridos y, para no alargar la enumeración porque la lista sólo de los hechos más recientes abarcaría muchas páginas, Orlando: 50 muertos y 54 heridos mientras la gente se divierte en un bar gay sin hacerle daño a nadie.
México, no señor, no se queda atrás. Luego de Iguala y Tlatlaya, luego del secuestro, homicidio y desaparición para siempre del compañero Manuel Serrano Vallejo, la lista es inmensa; sólo cito una de las notas periodísticas del pasado sábado 30 de julio: "La violencia criminal deja 51 muertos en 9 entidades"; "la escalada incluyó la ejecución de siete integrantes de una familia en Guerrero, un enfrentamiento en ese mismo estado entre presuntos delincuentes y policías federales con saldo de cinco pistoleros abatidos, el hallazgo de 10 cadáveres calcinados en Michoacán y los asesinatos de un jefe policiaco y un agente municipal en Hidalgo". Terrible. ¿No es cierto?
No hay, pues, duda de que el capitalismo ha entrado en su fase terminal y no sabemos cuánto durarán sus estertores ni cuánto daño habrá de hacer todavía tratando de salvarse. Pero todo ello, con todo lo horrendo que resulte, no es razón suficiente para ignorar, para mirar a otra parte y fingir que no vemos a casi 100 familias que sufren inmensamente todos los días, menos aún si sabemos que sólo son otra expresión de la misma crisis. Se trata de casi 100 familias, de casi 100 madres, o sea, de quienes sienten el dolor más intenso y punzante porque están mirando consumirse a sus criaturas que tienen enfermedades, o lesiones graves, o cáncer difícil de curar o incurable y no tienen dinero para llevarlos a los centros hospitalarios más prestigiados del mundo o del país. Hay muchos millones de pobres en México, pero hay pobres entre los pobres, hay sufrientes entre los sufrientes que están acampados a las afueras del hospital donde están internados sus retoños.
¿Es cierto o no es cierto que el amor de madre es intenso, profundo, inabarcable? Tan cierto, que gracias al cuidado, a la vigilancia, a la entrega total sin atenuantes ni límites de una madre humana, nuestra especie ha podido sobrevivir y llegar hasta donde ha llegado. ¿Es cierto que el dolor de quien mira sufrir o pierde a un hijo, no tiene comparación en el mundo? Es cierto. No podemos, no debemos permanecer indiferentes ante las madres y los padres que cuidan a sus hijos internados en el Hospital infantil "Eva Sámano de López Mateos" de la ciudad de Morelia que, cubiertos con unos hules y bajo los árboles del Bosque Cuauhtémoc, esperan, durante el día, la hora de la visita, durante la noche, noticias terribles. ¿Dónde quiere estar la madre de una criatura que sufre? Al lado de su cama, y no es retórica ni metáfora, junto a la cama, y no más lejos. Un hospital público no tiene, como los particulares, cama adicional en el cuarto, por ello, lo más cerca y al pendiente, a unos metros en el bosque centenario han instalado un campamentito humilde, casi a la intemperie, resistiendo calor, frío, lluvia, granizo, pullas como las del licenciado Felipe Calderón que un día al pasar con sus guardaespaldas durante sus ejercicios matinales, preguntó que si se trataba de otro plantón de los antorchistas.
Todo esto y más han tenido que soportar humildes familias michoacanas quienes, por turno, según lo vaya ordenando su desgracia, han estado ahí los últimos ¡siete años! Pero, finalmente, alguien se ocupó de ellos ya que no se trataba de decisiones ciclópeas de gobierno, sino de una inversión pequeña y extremadamente justificada y, así, el pasado mes de abril, el gobernador del estado, Silvano Aureoles Conejo, en un acto que mucho lo honra, colocó la primera piedra de lo que sería un modesto albergue para proteger a padres, a madres y, no pocas veces, a niños que los acompañan quienes hacen paciente guardia esperando la mejoría de los enfermos. "Este albergue tiene como objetivo –se escribió en una nota de La Voz de Michoacán- atender a pacientes infantiles con cáncer y a sus familiares dentro del terreno del Hospital Infantil de Morelia y que permitirá ofrecerles un espacio digno donde los pacientes locales y foráneos puedan pernoctar, alimentarse y tener un área donde realizar su aseo personal".
Y si ya está decidida la obra y hasta colocada la primera piedra por el titular del ejecutivo, ¿qué es lo que motiva este comentario? Lo motiva el hecho de que un pequeño grupo de empleados del hospital exigió la suspensión de la obra porque, según informó el diario Cambio, "el albergue está proyectado en una fracción del terreno que utilizan los trabajadores como estacionamiento" y, sobre todo, porque la obra fue efectivamente suspendida mediante un documento administrativo firmado por el titular de los Servicios de Salud en la entidad, Rafael García Tinajero, según pretextó, "en tanto la Comisión de Seguridad e Higiene del mismo nosocomio emite un dictamen técnico del impacto de la obra".
Huele a podrido en Dinamarca, escribió Shakespeare en su Hamlet inmortal. ¿Y aquí? Estamos ante el fenómeno de una obra cuya justificación está absoluta y completamente fuera de toda duda, que decide e impulsa el propio señor gobernador y que resulta suspendida mediante la orden de un funcionario inferior con un argumento que extrañamente nada tiene que ver con las objeciones de los empleados que desean estacionar sus vehículos ¿Piedras en el camino de la administración del Ingeniero Silvano Aureoles? La verdad, no sabemos. Nos atenemos, por tanto, a la justicia elemental y reclamamos, no solamente, que la obra se reanude, exigimos que se termine a la brevedad. Varios familiares de los niños hospitalizados son ahora antorchistas, han solicitado el apoyo de la organización en el estado y, sin dudarlo un instante, se los hemos otorgado, su causa es la causa de todos los antorchistas michoacanos. Es más, estoy absolutamente seguro de que será la causa de muchas inteligencias desprejuiciadas y muchos corazones sensibles tan pronto como conozcan la cruda verdad. Y aquí está expuesta.
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