En estos días se vivió una crisis política y de seguridad en el país, la cual fue derivada de los hechos ocurridos en Culiacán, Sinaloa. Amén de las más de seis versiones que ha manejado el Gobierno Federal: que si sabía Andrés Manuel López Obrador (AMLO), que si no sabía, que si se actuó con imprudencia y después con prudencia, etc., no he visto en algún medio ir al fondo del asunto.
Los enemigos de AMLO lo critican por las fallas del operativo; el riesgo en que se puso a la población por no medir las consecuencias; la falta de una respuesta enérgica del Estado ante lo que estaba pasando; es decir, que no hubo respuesta firme del Ejército ante tal estado de emergencia, pues se dice que el Ejército no fue enterado del tema; que el Presidente, en aras de una falsa austeridad, se queda incomunicado mientras viaja en su avión comercial; en otras palabras, que las Fuerzas Armadas de México se quedan sin instrucciones supremas, mientras el jefe de ellas, AMLO, viaja incomunicado en vuelo comercial; que debe reconocer que ya es el gobierno de Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y que es su responsabilidad actuar y garantizar la seguridad de los mexicanos, entre otros asuntos por el estilo.
Por su parte, los defensores del Presidente le echan la culpa al pasado, a los gobiernos anteriores. Les recuerdan las fugas de narcotraficantes, pero no la recaptura. Les recuerdan lo que pasó antes sin hacer un análisis crítico de lo que sucedió en Sinaloa, es decir, se lanzan culpas al pasado para exculpar las actuales. Defienden a capa y espada lo que antes criticaban: que renuncie el Jefe de la Seguridad y que renuncie el Gabinete de Seguridad; sin embargo, aquí no se aplica el mismo criterio que antes, hoy se defiende a los funcionarios, aunque cometan graves y delicados errores como los de Culiacán.
Ahora bien, una parte importante de la sociedad, con la que estamos absolutamente de acuerdo, se pone del lado de los ciudadanos que cayeron en pánico, incluso, algunos que, sin deberla ni temerla, lamentablemente perdieron la vida. En efecto, ¿qué culpa tiene la población, atrapada en un fuego cruzado que no provocó, de las inexperiencias del Gobierno Federal? Ninguna.
El problema es que los dos primeros "análisis" no van al fondo de la cuestión, se quedan en la superficie del ataque, o en la defensa AMLO. Efectivamente, el problema tiene una causa más honda que los gobiernos anteriores y el actual no han decidido combatir a fondo: nuestra dependencia con respecto a la política y a la economía de Estados Unidos (EE. UU.). El ingeniero Ing. Aquiles Córdova Morán, por escrito y en diversos discursos públicos, ha dicho que en EE. UU., a pesar de toda la tecnología y toda la capacidad que tiene el sistema norteamericano, no se ha detenido a ningún capo relevante y que, en cambio, nos exigen que combatamos a los capos en México; asimismo, hay en aquel país una muerte cada 19 minutos por sobredosis de heroína; el número de muertes por envenenamiento con drogas en EE. UU. pasó de 16 mil 849 en 1999, a 52 mil 404 en 2015, según el informe especial presentado por Barack Obama en 2016, en su país hay 183 millones de consumidores de cannabis, 35 millones de consumidores de opioides, 37 millones de consumidores de anfetaminas y estimulantes de venta con receta, 22 millones de consumidores de éxtasis, 18 millones de consumidores de opiáceos y 17 millones de consumidores de cocaína, según el mismo informe. "Se calcula que las ventas al por menor en EE. UU. representan unos 34 mil millones, de un mercado mundial de alrededor de 85 mil millones de dólares" (Economía del narcotráfico. OEA). No cabe duda que se trata de un gran negocio.
Así que, ¿cómo se explica que nazcan unos cárteles y a otros se les combata enérgicamente? Por ejemplo, ¿cómo se explica que a Pablo Escobar se le combatiera con el poder estatal e internacional, mientras que al cártel de Cali se le dejó esencialmente intacto? En México, tan pronto nacen cárteles como desaparecen. A algunos los buscan para fines de extradición; otros operan sin restricciones. Asimismo, pasan toneladas y toneladas de drogas por las fronteras de Norteamérica, y resulta que nadie se entera. De ello se deduce que el negocio del narcotráfico está regenteado desde las altas esferas de EE. UU., que son "intocables"; y que el combate al narcotráfico en países como México se hace a conveniencia de los intereses de los poderosos de EE. UU., así que, si se combate a un cártel y no a otro, debe leerse como que los intereses de Norteamérica así lo reclaman para tener el control total de su negocio.
El peligro inminente que me preocupa sobremanera es la posibilidad de una intervención abierta de EE. UU. en México, como ocurrió en 1846 y en 1913, pero más grave, como ocurrió en Panamá e Irak. ése es el verdadero riesgo. Así que, si los mexicanos estamos dividiéndonos internamente y peleando para un "quítate tú para ponerme yo"; esa división interna será un factor esencial para que los norteamericanos, que ya nos obligan a cuidar la frontera sur con la Guardia Nacional, que nos amenazan a cada rato con subir aranceles si no acatamos sus órdenes y que no han querido firmar el Tratado de Libre Comercio, manden tropas militares a nuestro país.
La única manera segura de evitarlo consiste en oponer contra sus dictados una fuerte resistencia interna de todo el pueblo de México y, al mismo tiempo, una fuerte reducción de la dependencia económica de México con EE. UU. y una apertura con otros mercados importantes como los de América Latina, China y Rusia. ¿Por qué en Cuba, en China o Rusia no se presentan problemas serios con el tráfico de drogas y enfrentamiento entre los delincuentes y las fuerzas del orden, como en Culiacán? Porque que son países que no dependen esencialmente de EE. UU.
Si se quiere acabar con el narcotráfico en México, hay que iniciar una lucha seria para dejar de depender del país vecino; solo así dejarán de presentarse casos como el de Culiacán, y México podrá convertirse en la nación próspera, soberana y equitativa que está llamada a ser para con sus hijos.
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